Cuando nacemos, el cerebro es el órgano más inmaduro de nuestro cuerpo y hasta bien entrada la década de los veinte años no madura de forma íntegra. Cualquier revés grave y prolongado, como una separación repentina, inesperada y duradera de un cuidador, cambia su estructura, daña la capacidad del niño para procesar las emociones y deja cicatrices profundas y duraderas.
Las especies altriciales, como los humanos, dependemos del cuidado de nuestra familia para la supervivencia y el desarrollo posterior al nacimiento. Los padres son necesarios para regular la temperatura de la cría y proporcionar alimentos y protección contra las amenazas ambientales. Esto se consigue porque la vinculación de los padres con su descendencia es profunda. Los recién nacidos aprenden rápidamente que los signos de la presencia de sus progenitores, la imagen, la voz, el tacto o el olor, indican seguridad.
Los estudios en mamíferos muestran que los bebés se adaptan con naturalidad a las emociones paternas. La presencia de un progenitor tranquilo y afectuoso produce sensación de seguridad en el niño. Por el contrario, la angustia y el miedo de los padres activan los circuitos cerebrales del bebé que son responsables de procesar el estrés, el dolor y el miedo.
La capacidad del cuidador de regular las emociones de su descendencia es una función adaptativa codificada en nuestros genes. Antes de que las personas tengamos experiencias propias independientes, aprendemos qué es seguro y qué peligroso observando e interactuando con nuestros padres. Esto aumenta nuestras posibilidades de supervivencia y éxito.
Numerosos estudios muestran que la presencia de los padres es más importante para el bienestar emocional del bebé o el niño pequeño que el ambiente que le rodea. Mientras los padres estén presentes y se mantengan tranquilos y afectuosos, el niño soportará las adversidades. Metafóricamente hablando, para el niño pequeño el cuidador es el mundo.
La presencia de los padres también es necesaria para el crecimiento y desarrollo armónico del individuo. Eso incluye aspectos psicosociales, como nuestra capacidad para responder al estrés y autorregular nuestras emociones, o nuestra capacidad para confiar en los demás y funcionar en grupo.
Cualquier interrupción grave y prolongada del cuidado paternal, especialmente en bebés y niños muy pequeños, altera la forma en que se desarrolla el cerebro joven. Los menores de cinco años separados de sus padres no pueden esperar su presencia y cuidado, lo que hace que sus niveles de estrés crezcan. A medida que aumentan hormonas como el cortisol, la epinefrina y la norepinefrina, se alteran las funciones fisiológicas de nuestros cuerpos para prepararnos mejor para hacer frente a las amenazas.
Sin embargo, los aumentos prolongados en los niveles de hormonas del estrés interrumpen las funciones fisiológicas e producen inflamación y cambios epigenéticos, alteraciones químicas que perturban la actividad de nuestros genes. Activar o desactivar genes en el momento equivocado modifica el desarrollo del cerebro, cambiando la forma en que se crean las redes neuronales y cómo se comunican las regiones cerebrales.
Los estudios de niños separados de sus padres o descuidados por ellos y la investigación experimental en animales muestran de forma consistente que la interrupción de dicha presencia y sus cuidados provoca una maduración precoz y rápida de los circuitos cerebrales responsables del procesamiento del estrés y las amenazas. Este desarrollo acelerado altera el cableado del cerebro y cambia la forma en que se procesan las emociones.
Los estudios de laboratorio muestran que la separación no tarda mucho en dañar a estos bebés y niños.
En ratas de laboratorio, estos cambios en el cableado cerebral se desencadenan cuando un cachorro se separa de su madre durante solo dos o tres horas al día durante varios días consecutivos. Sabemos que el estrés en los cachorros es causado por la ausencia de la madre, no por otros cambios en el ambiente, porque los investigadores continuaron alimentándoles y manteniendo su temperatura corporal durante el experimento.
La maduración prematura de las redes de procesamiento del estrés y la amenaza en los cerebros de los niños separados de los padres impide el desarrollo del niño y conduce a la pérdida de flexibilidad para responder al peligro. Por ejemplo, la mayoría de nosotros podemos “desaprender” lo que inicialmente consideramos amenazante o peligroso. Si algo o alguien ya no es peligroso, nuestras defensas se adaptan, disipando nuestro miedo. Esta capacidad para desaprender las amenazas no se produce en animales separados de sus progenitores.
La reunificación posterior con su familia, o con un cuidador sustituto, no es capaz de revertir los cambios causados por el estrés de la separación temprana.
Los estudios de imágenes cerebrales demuestran cambios estructurales y funcionales en los cerebros de niños separados de sus padres. Concretamente, el estrés de la separación aumenta el tamaño de la amígdala, una estructura clave en el procesamiento de amenazas y emociones, y altera las conexiones de la amígdala con otras áreas del cerebro.
A nivel molecular, la separación altera la expresión de los receptores en la superficie de las células del cerebro que participan en la respuesta al estrésy la regulación de las emociones. Sin la cantidad correcta de receptores, la comunicación entre las neuronas se interrumpe.
El trauma de la separación, permanente o temporal, plantea riesgos para la salud y afecta al rendimiento académico, al éxito profesional y a la vida personal. En particular, la separación de hijos y progenitores aumenta la probabilidad de padecer varios trastornos psiquiátricos, incluidos estrés postraumático, ansiedad, bajo estado de ánimo, o trastornos psicóticos.
La sensación de seguridad y la empatía con el prójimo, la capacidad de detectar y responder a las amenazas, así como la autorregulación de las propias emociones y el estrés son vitales. La reprogramación temprana de los circuitos neuronales subyacentes a estas funciones puede alterar directa o indirectamente el desarrollo físico, emocional y cognitivo del niño y provocarle alteraciones de por vida.
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Fuente: La Vanguardia