Tocar fondo puede ser también una oportunidad de cambio. La mediana edad es una fase de cambio, transición y conflicto
Burlar las primeras señales del envejecimiento con la ayuda de botox, plasma o láser son algunas reacciones frecuentes cuando la crisis de los 40 llama a la puerta. Otros buscan en el affair recuperar emociones propias de los 20. Incluso el subidón de adrenalina que implican actividades de riesgo se plantea como bálsamo a lo inevitable.
“A muchas personas esto les pilla un poco de sopetón. En nuestra sociedad la juventud se extiende a veces hasta lo imposible y, de repente, aparecen las realidades: quieres tener un hijo pero ya eres mayor, no te gusta tu carrera profesional pero sientes que a estas alturas es imposible reconducirla, quieres retomar hábitos, lugares o actividades de tu primera juventud pero ni te reconoces en ellos ni esos espacios te reconocen a ti, …”, indica Rafael San Román, psicólogo de iFeel. La juventud se acaba y con ella mueren sueños, objetivos y lo que se pensaba de una vida apasionante se dibuja en una realidad en escala de grises.
Los niveles de felicidad caen con la mayoría de edad y alcanzan su punto más bajo en torno a los 47 años
Jung se refería a esta etapa como el atardecer de la vida y lo consideraba un periodo distinto de los albores de la edad adulta y estadios más tardíos. La mediana edad es una fase de cambio, transición y conflicto. En torno a los 40 estalla una crisis que algunos estudios científicos asocian con una de las etapas más infelices de la vida. Esto se reproduce en un modelo que otorga a la felicidad a lo largo de la vida una forma de U.
Según la investigación realizada por el profesor David Blanchflower de la Universidad de Darmouth, los niveles de felicidad comenzarían a caer con la mayoría de edad, para alcanzar su punto más bajo a los 47.2 en países desarrollados y los 48.2 en los que están en vías de desarrollo. “Como toda crisis, la de los 40 implica una toma de conciencia y posición ante una determinada realidad: ‘ya no soy un niñato pero tampoco soy un señor mayor, ¿dónde estoy?’. Es un análisis que lleva a la persona a poner en tela de juicio lo que experimenta, para sacar nuevas conclusiones y salir adelante”, explica San Román.
Cuando llegamos a los 40 constatamos que para muchas cosas ya ha pasado la última oportunidad y para muchas otras ya no hay excusas
En la práctica, la crisis de los 40 puede sentirse como una bofetada de realidad ante la toma de conciencia de las limitaciones y la propia muerte. “Los cuarenta tienen un punto de constatación del momento vital muy claro en cuanto a diferentes facetas de la vida que no tienen edades anteriores. En ellos se empieza a vislumbrar con una rotundidad nueva que, para muchas cosas, ya ha pasado la última oportunidad y para muchas cosas ya no hay excusas”, añade el psicólogo.
En algunos casos puede ser un suceso importante lo que desencadene la crisis, como un divorcio, la pérdida de un ser querido, un cambio de trabajo o de localización. Aunque estos son hechos que pueden leerse también en sentido contrario, ya que pueden estar motivados por la denominada crisis.
“Estás haciendo un balance y te das cuenta de que la juventud ha acabado. Empieza otra etapa distinta y hay que asumirlo, junto a los retos que eso supone”, indica Eva Solera, profesora en la Facultad de Educación de UNIR y doctora en psicología. Todas estas circunstancias pueden mermar la autoestima.
“A nivel emocional pueden aparecer emociones como la ansiedad, la depresión y otras manifestaciones en relación a la autoestima. Aparecen reflexiones como ¿Estoy contento con lo que tengo? ¿Cómo lo manifiesto? Por ello, en este periodo hay muchas rupturas de pareja por ese balance, ¿cumple mi pareja mis expectativas? A nivel laboral ¿he conseguido mis metas? ”, continúa Solera.
Uno de los problemas que aparecen con esta crisis es pensar en absoluto ante ciertas conclusiones. “Esto se aprecia mucho, por ejemplo, en el ámbito profesional: como ya tengo esta edad es absurdo que me plantee cambiar de trabajo, reciclarme en profundidad, pelearme con los más jóvenes por el puesto que deseo, cambiar de profesión, iniciar un proyecto diferente…”, comenta San Román.
Este psicólogo invita a mirar los 20 o 30 años de actividad que aún quedan por delante de los cuarenta. “No hay nada de malo en revisar nuestra vida y admitir los errores, las malas decisiones, los proyectos a los que ya llegamos tarde o un poco justos. También en nuestra carrera profesional, por mucha rabia que nos dé. Es muy útil, pero tiene que convertirse en algo productivo”, añade.
Hacer balance del momento presente puede leerse también como la ocasión para transformar aquello no que funciona
Hacer balance del momento presente puede leerse también como la ocasión para transformar aquello no que funciona. “Debemos considerarla como una oportunidad para mirarnos a nosotros mismos. No con un egocentrismo vacío o inmaduro, sino atento: es una manera de prestarnos atención y tomar conciencia del punto de nuestra vida en el que estamos”, aconseja San Román.
Desde esta mirada reflexiva se pueden tomar algunas decisiones, siempre de forma meditada y calmada. “Es importante centrarse en el presente, vivirlo y pensar: ‘a partir de ahora ¿qué quiero hacer? Si algo me molesta o supone una situación tan problemática es el momento de cambiarla, pero reflexionando”, recomienda Solera.
Idealizar edades pasadas, sentirse abrumado por esta edad o dejarse influir por vivencias ajenas solo pueden empeorar las circunstancias personales. “Tener una crisis de los 40 significa que estamos vivos y que nos podemos plantear este tipo de cosas. Eso es lo importante”, concluye San Román.
Fuente: Vanguardia