Hay muchos gestos del cuerpo que, a priori, parecen no servir para nada. Como si dentro de nosotros existiera otra persona y, de pronto, se moviera sin avisarnos. Así estornudamos, lloramos de la risa, nos tiembla un párpado o, el más habitual: bostezamos. Todos tienen, sin embargo, un sentido, una respuesta. Más bien, son en sí mismos respuestas a cuestiones que pasamos por alto. Así que sí, esa gran exhalación de aire que surge de lo más profundo de nuestra alma cuando estamos cansados, aburridos o al lado de otra persona que está bostezando, posee una explicación científica.
Vale, bueno, a grandes rasgos nadie sabe bien de dónde viene, pero existen varias teorías en las que la ciencia sigue trabajando para que lo entendamos bien. Así, en principio, la razón del bostezo más popularizada es deshacerse del dióxido de carbono adicional. Según esta teoría, las personas respiran más lentamente cuando están aburridas o somnolientas y entonces les llega menos oxígeno a los pulmones. Por tanto, se acumula más dióxido de carbono en la sangre. En estas circunstancias, el cerebro decide reaccionar provocando de forma reflexiva un aliento profundo para conseguir oxígeno rápido.
Sin embargo, un estudio realizado en 1987 por Robert Provine, en aquel momento profesor de la Universidad de Maryland (Estados Unidos) y considerado el principal experto en bostezos del mundo, dudó de esta primera posibilidad. Provine llevó a cabo un experimento con un grupo de voluntarios que respiraron durante media hora uno de los cuatro gases fundamentales con diferentes proporciones de dióxido de carbono y oxígeno. Por lo general, el aire que solemos respirar contiene un 20,95% de oxígeno y un 0,03% de dióxido de carbono. Pues bien, ninguno de los gases en el experimento con concentraciones más altas de CO2 hizo que los sujetos de la investigación bostezaran más. ¿Qué había pasado?
Enfriar el cerebro
Desde entonces, muchas han sido las líneas de investigación que han intentado perfilar el debate abierto por Provine. De esta forma, los científicos han sugerido también que el bostezo permite al cerebro enfriarse, lo cual es fundamental a veces. En 2007, por ejemplo, dos investigadores de la Universidad de Albany dirigieron un experimento similar al de Provine, volviendo a descubrir que aumentar o bajar los niveles de oxígeno y dióxido de carbono en la sangre no cambiaba el número o la longitud de los bostezos.
Los experimentos posteriores se centraron en dos mecanismos de enfriamiento cerebral bien establecidos: la respiración nasal y el enfriamiento de la frente. Cuando respiras por la nariz, enfría los vasos sanguíneos de la cavidad nasal y envía esa sangre fría al cerebro. Del mismo modo, cuando te enfrías la frente, las venas de la zona, algunas de las cuales están directamente conectadas al cerebro, suministran sangre más fría al cerebro.
Con esto como base, los investigadores de la Albany colocaron a unos sujetos de prueba toallas calientes, otras a temperatura ambiente y otras frías apretando bien sus cabezas. Bingo: en los dos primeros casos las personas bostezaban más que con toallas frías. Además, los sujetos que respiraron por la nariz durante el experimento no bostezaron nada. Concluyeron, por tanto, sugiriendo que al tomar un gran trago de aire con un bostezo, el cerebro se enfría para mantener la eficiencia mental.
¿Bostezos contagiosos?
Por otra parte, en el caso de los bostezos que sucedes como por contagio, parecen señal de que este fenómeno orgánico podría incluso tener más que ver con la sociología que con la fisiología. Casi todos los vertebrados bostezan espontáneamente, pero hasta el momento se ha encontrado que solo los humanos, los chimpancés y los macacos bostezan como resultado de ver a otro individuo hacerlo. De hecho, basta con leer o incluso pensar en bostezar para bostezar.
Dado que todas las mencionadas son criaturas sociales que viven en grupos, esto implica la posibilidad de que dentro de dicho estilo de vida el bostezo haya evolucionado como una forma de coordinar el comportamiento y mantener la vigilancia grupal. Por ejemplo, durante el último experimento mencionado, cuando uno de los individuos bostezó, el resto lo entendió como evidencia de que al no hacerlo también su temperatura cerebral estaba subiendo y su eficiencia mental bajando. Inmediatamente, muchos procedieron también a bostezar.
Si todos los miembros del grupo bostezaban, considerarían, mejoraría el nivel general de vigilancia en el grupo. En los seres humanos, que han desarrollado otras formas de advertir lo vigilantes y "despiertos" que deben estar, los bostezos contagiosos pueden permanecer incluso como una respuesta vestigial.
Fuente: El Confidencial