No hay joven en el mundo que no haya deseado ser bella. La princesa Lorna lo era pero, ¡Ay!, en exceso, pues al ser tanta su perfección, los jóvenes se alejaban de su lado, considerándose indignos de su hermosura.
Sus cabellos sedosos tenían brillo de oro; de perlas, sus dientes. Como inmensos zafiros tenía los ojos, y la piel, de seda. Y era tan inteligente como hermosa, y, quizá también, demasiado, pues se daba cuenta que su belleza era su propia desgracia.
Hubiera deseado ser como las demás jóvenes, reír y bailar, pues hasta los príncipes más importantes, aunque la admiraban, se alejaban de ella.
Cansada de su soledad, de no tener quién la quisiera, la princesa emprendió un largo viaje, en compañía de la más fiel de su doncellas.
Pocos días después, una violenta tempestad hizo naufragar el barco en que viajaba, y todos los pasajeros se ahogaron, menos la princesa, su doncella y un joven y rico comerciante que, durante la travesía, no se había atrevido a dirigirle la palabra, pero hizo amistad con su doncella.
Los tres jóvenes, agarrados a unos maderos, después de sufrimientos incontables, llegaron a un islote desierto, y, pasadas varias horas, recuperaron sus fuerzas y se incorporaron sobre la arena.
Y la más animosa fue la joven princesa, que empezó por atender a Edna, su doncella. Después, en compañía del joven, empezó a recorrer la pequeña isla. Hallaron un raquítico manantial de agua clara, pero ningún alimento.
--No podemos dejarnos morir --- dijo la princesa a sus compañeros ---. Lucharemos hasta el último instante. Algún día pasará un barco y nos salvará.
Para que se les viera, hizo una bandera, con los volantes de seda de su vestido, y la puso en el lugar más alto. Luego, habiendo decidido que lo único que podían encontrar era pescado, dijo al joven:
--- Tendremos que hacer un sedal….
--- ¿De dónde sacaremos el hilo, princesa? --- preguntó el joven.
--- Eso es fácil --- respondió la hermosa princesa.
Y fue arrancado, uno a uno, sus sedosos cabellos y sus espesas trenzas quedaron deshechas, pero el sedal, que añadió a una caña, provisto de cebo, fue suficiente para pescar el pescado necesario.
Ella misma buscó ramas secas y las frotó hasta encenderlas.
También fue la más activa para fabricar un techado que los protegiera de los rigores del sol y del frío de la noche.
Y fueron pasando los días, sin que el soñado barco apareciera en el horizonte.
A pesar de todo, la princesa era feliz. Ahora Edna ya no era una doncella sumisa, sino una amiga, casi hermana, y el joven mercader la trataba como si no fuera una princesa.
Cierto que sus mejillas, tostadas por el sol, habían perdido su maravilloso tono rosa y sus cabellos ya no parecían tan deslumbrantes. Pero sus ojos de zafiro brillaban como una luz nueva, y estaba feliz de aquella experiencia.
--- Es toda una mujer --- se decía el joven ---. Animosa, valiente, generosa….
Por fin, un día, las velas de un barco aparecieron a lo lejos. La princesa casi hubiera deseado que pasara de largo, pero le hizo señas, porque sus compañeros deseaban regresar junto a sus familiares.
Cuando el barco anclaba en la bahía, el joven mercader dijo a la princesa:
--- Ahora es cuando me siento realmente desdichado, pues tendré que separarme de vos.
--- ¿Por qué? --- preguntó ella.
--- Sois hija de reyes y yo sólo un comerciante.
--- Mi único amigo --- repuso la princesa.
Se miraron a los ojos y ambos comprendieron que se amaban por encima de la belleza y de la grandeza de su familia. Se casaron y fueron muy felices y ya nunca la princesa volvió a sentirse triste por su hermosura.
#PiensaPositivo
Hermoso cuento Mariano!!!!