El gran elefante caminaba muy despacio, bajo la bóveda que formaban las copas de los altos árboles que ocultaban el cielo. De la tierra cálida, salía un vapor ardiente que cortaba la respiración. Y el elefante, resoplando, avanzaba… A su paso, iba dejando un reguero de sangre sobre la hojarasca.
Quería ir a la tierra de los suyos, allá en lo más escondido de la selva, donde los suyos se reunían la última vez antes de que la muerte se los llevara para siempre.
El elefante, que había salido al valle regado por el gran rio en busca de alimento, había visto morir a sus dos jóvenes y hermosos hijos, bajo las balas de aquellos crueles hombres blancos, que buscaban llevarse el marfil de sus colmillos. También le habían herido a él.
Durante dos días, con dos noches, el gran elefante, cada vez más débil, cada vez más lento, siguió adelante con esfuerzo. Y al fin, con un suspiro de alivio, llegó a la gran llanura de altas hierbas, limitada por cañaverales y sembrada de huesos. Había alcanzado por fin, su última morada, y agradeció haber llegado a quedarse allí, junto a los restos de sus antepasados, para recibir a los que más tarde fueran llegando.
Y en su última oración dijo: “aleja a los mercaderes, para que podamos ser felices en la selva que tú nos diste…”
#PiensaPositivo
Yo tengo un dicho Entre más conozco al ser humano más quiero a mi perro