Al ruiseñor le gustaban los niños y, cada amanecer, solía ir a cantar a la ventana de Pedrín para agradecerlo, le dejaba miguitas de pan junto a la ventana.
Llegó el cumpleaños del niño, y su padre le regaló una trampa para cazar pájaros. Entonces, Pedrín recordó a su ruiseñor, y decidió ejercitarse con él como cazador.
Dispuso la trampa y el pajarillo cayó en la red.
Y cuando Pedrín fue a contemplar su fechoría, el ruiseñor entonó una triste canción, la última, la melodía final, en la que se lamentaba amargamente de la ingratitud de los hombres. Sus ojitos miraban tristemente al niño, como reprochándole:
-¿No te ofrecí lo mejor de mí mismo, que era mi canto? ¿por qué me has respondido con crueldad a la amistad que te daba?
Y sus ojillos tristes se cerraron para siempre.
#PiensaPositivo
Mariano muchas gracias por compartir estas reflexiones.