La microbiota intestinal se ha convertido durante estos últimos tiempos en objeto de estudio predilecto. Lo que ha quedado claro tras una década de investigación es que la composición de la microbiota, antes conocida como flora intestinal, es decir, el conjunto de bacterias que habita nuestro intestino, puede tener un impacto enorme en nuestra salud. De hecho, hay estudios muy recientes que han tratado de establecer una conexión entre esta comunidad de bacterias y las enfermedades mentales. Veamos cómo ambos podrían estar relacionados.
Para empezar, el concepto del eje intestino-cerebro no es nuevo. Ya en los siglos XIX y XX científicos de la talla de Darwin, Beaumont o Cannon estudiaron esta conexión que funcionaría de manera directa y bidireccional. Ejemplos de esta bidireccionalidad serían situaciones tan comunes como el malestar estomacal que un estudiante puede sufrir por los nervios antes de un examen o lo anímicamente bien que podemos sentirnos tras una buena comida.
La comunicación del microbioma intestinal y el cerebro tiene lugar a través de múltiples rutas que incluyen el nervio vago, los neuropéptidos secretados en el intestino, citoquinas, triptófano y productos de fermentación del metabolismo microbiano como son los ácidos grasos de cadena corta. El cerebro, por su parte, modula respuestas microbianas intestinales a través de la secreción de moléculas señalizadoras al interior intestinal.
De todo esto se ha deducido que la microbiota podría tener un papel importante en el funcionamiento del sistema nervioso central, tanto cuando la persona está sana como cuando está enferma. Además, esta podría influir en el desarrollo de trastornos psiquiátricos y neurológicos relacionados con el estrés como la ansiedad y la depresión o trastornos del comportamiento como el autismo.
Para probar el impacto de las bacterias en la mente, un grupo de científicos de la Universidad McMaster, en Canadá, estudió en 2011 lo que podía ocurrir cuando la microbiota estaba profundamente alterada, lo que se conoce como disbiosis. A un grupo de ratones que eran tímidos se les alteró la microbiota dándoles una potente dosis de antibióticos. Pues bien, estos ratones, que antes se mostraban tímidos, después de la bomba de antibióticos se volvieron aventureros. En definitiva, un cambio en su microbiota modificó radicalmente su comportamiento.
Dos años más tarde, en 2013, Timothy G. Dinan, profesor de Psiquiatría y director del Departamento de Psiquiatría del University College en Cork (Irlanda), Catherine Stanton, nutricionista y John F. Cryan, neurocientífico, acuñaron un nuevo concepto:“psicobiótico”.
El psicobiótico fue definido como un “organismo vivo que, cuando se consume en cantidades adecuadas, produce un beneficio en la salud de pacientes con trastornos mentales”. Pero no pensemos que todos los probióticos son capaces de producir estos efectos, para nada. Tal y como dijo la FAO/OMS en 2002, se trata de una clase de probióticos capaces de producir y liberar sustancias neuroactivas (GABA, serotonina) que actúan a través del eje cerebro-intestino. Llegados a este punto... ¿podrían los psicobióticos estar indicados para trastornos del comportamiento como el autismo? Sigamos adelante.
El origen de los trastornos del espectro autista (TEA) es aún desconocido. Se cree que ocurre en la etapa prenatal, momento en el que se forman importantes conexiones neurológicas. También se han involucrado factores como las infecciones de la madre durante la gestación, pero nada es concluyente. Lo que sí se ha visto en distintos estudios es que la microbiota de personas con TEA generalmente contiene un mayor contenido de grupos clostridiales productores de toxinas y menor del género Prevotella. También se ha comprobado una menor proporción de bacterias beneficiosas como bifidobacterias y eubacterias.
Relacionado con lo anterior, en un metaanálisis reciente que incluía 254 pacientes se encontró que los niños con TEA presentaban porcentajes más bajos de Akkermansia, Bacteroides, Bifidobacterium y Parabacteroides y más elevados de Faecalibacterium cuando se comparaban con los controles. Además, en los niños autistas se ha observado una disminución de la diversidad bacteriana.
En otro estudio, esta vez realizado por el grupo de Elaine Hsiao, en la Universidad de California, en ratones MIA (con autismo) se observó que la disbiosis ocasionada generaba metabolitos (4 etil-fenil-sulfato) detectables en el suero, que están relacionados con los síntomas de la enfermedad. Se ha demostrado que esto se puede corregir con la administración de la bacteria Bacteroides fragilis mejorando los problemas de comportamiento.
En un reciente estudio aleatorizado, doble ciego y controlado con placebo realizado en Taiwan por Liu y cols se administró durante 4 semanas Lactobacillus plantarum PS128 en 72 niños de 7 a 15 años con TEA. Los resultados mostraron que la cepa probiótica mejoró significativamente diversos síntomas de comportamiento en comparación con el grupo placebo. A pesar del éxito obtenido, los autores se muestran cautos y afirman que se necesitan más estudios para aclarar mejor los efectos de Lactobacillus plantarum PS128, sobre todo, en los niños más pequeños con TEA que presentan mayor sintomatología.
El probiótico NeuraxBiotic Spectrum podría ayudar a mejorar la microbiota de niños con TEA, garantizando la implantación, de manera inocua, de la cepa bacteriana Lactobacillus plantarum PS128 en el estómago y la colonización del intestino. En cuanto a la mejora en el comportamiento de estos pacientes, el doctor Guillermo Álvarez, presidente de la Sociedad Española de Microbiota, Probióticos y Prebióticos (SEMIPYP) afirma: “Aunque hay que ser cautos y son necesarios más ensayos clínicos controlados y con mayor rigor científico, sabemos que los niños con trastornos digestivos al mejorar éstos usando probióticos, secundariamente también lo hacen en la esfera del comportamiento”.
“Existen sólidas evidencias de que la comunicación bidireccional entre intestino y cerebro involucra vías de señalización neurológica, metabólica, hormonal e inmunológica, y que la alteración en estos sistemas puede favorecer la aparición de trastornos psiquiátricos o alteraciones de conducta, entre otras manifestaciones clínicas. Como ya he señalado anteriormente, la mayoría de estas evidencias procede de investigación preclínica, realizada en animales de laboratorio, y los resultados no son directamente extrapolables al ser humano”, afirma el doctor Manuel Martín Carrasco, vicepresidente de la Sociedad Española de Pisquiatría.
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Fuente: Muy Interesante