No debería sorprendernos que fueran precisamente los lingüistas de la Gesellschaft für deutsche Sprache, una especie de RAE alemana, quienes en 1971 inventaran la bonita tradición de culminar el año eligiendo una palabra que lo represente. Al fin y al cabo, fue también Wilhelm von Humboldt, ilustre lingüista alemán, uno de los primeros en reparar en el delicado vínculo que une pensamiento y lenguaje. Si el espíritu de una época se refleja en sus palabras, bien merece la pena rastrearlas.
Veinte años más tarde, The American Dialect Society se lanzó a la caza de la palabra del año para la lengua inglesa. Y no hubo que esperar mucho para que otras instituciones lingüísticas anglosajonas se sumaran a esta tendencia. Así, varios diccionarios, como el Merriam-Webster, el Collins English Dictionary, el Oxford English Dictionary o el Cambridge Dictionary, entre otros, eligen cada año su palabra. Hoy en día, en plena globalización, casi no hay lengua que se escape de esta costumbre. También el japonés lleva desde el año 1995 seleccionando su Kanji del año.
Una palabra para representarnos a todos
Y, obviamente, el español no podía ser menos. En el año 2013 la Fundéu (Fundación del Español Urgente) recogió el testigo del movimiento #WotY (Word of the Year) y lo aplicó a la lengua española. Desde entonces, cada 29 de diciembre una palabra asume la responsabilidad de condensar el espíritu lingüístico del año que termina para los casi 489 millones de personas (según el Anuario del Instituto Cervantes 2020) que tienen el español como lengua materna.
A diferencia de lo que sucede con el inglés (donde hay palabras del año del inglés británico, australiano o norteamericano, por separado), la fraternidad con la que los hispanohablantes vivimos nuestra lengua común permite que una única palabra nos represente a todos. A buen seguro que esta misma mañana ya se habrán hecho eco de la noticia de la palabra ganadora los medios de comunicación hispanoamericanos y que la comunidad hispanohablante del otro lado del Atlántico desayunará (literalmente) con ella.
Palabra del año, una carrera de fondo
Pero, ¿cómo se convierte una palabra en palabra del año? Mediante un reñido proceso que comprende dos fases. En la primera se elige una serie de doce términos candidatos, que son etiquetados como “finalistas”. En la segunda, se escoge la palabra ganadora. Siete u ocho días de intenso debate en redes sociales, medios de comunicación y charlas de ascensor separan estos dos momentos.
El día 21 de diciembre de 2020 se hizo pública la lista con las doce palabras finalistas para este año: coronavirus, infodemia, resiliencia, confinamiento, COVID-19, teletrabajo, conspiranoia, un tiktok, estatuafobia, pandemia, sanitarios y vacuna. Comenzaron entonces las apuestas, las comparaciones con los resultados en otras lenguas y hasta los sueños.
Y por fin sabemos el resultado. Permítannos, no obstante, que lo ignoremos por un tiempo. Como en tantos otros ámbitos, en este de la lengua es más importante participar que ganar. La lengua es una carrera de fondo y cualquiera de estas doce palabras tiene méritos propios para hacerse con el honor.
Ocho años de palabras del año
Los noventa y seis vocablos en los que ha posado su mirada la Fundéu a lo largo de estos ocho años constituyen un pedacito de nuestra historia (no solo lingüística) más reciente. Basta echar un vistazo a la lista para perderse en los recuerdos.
Nos vienen a decir que estos años han estado marcados por la situación económica (emprender, austericidio, copago, quita, ere, impago, bitcóin, arancel, desglobalización); por internet, las redes sociales y la informática (autofoto, wasapear, meme, apli, nomofobia, clictivismo, me gusta, trolear, ningufonear, youtubero, emoji, influente, un tiktok); por la tecnología (videoarbitraje, VAR, dron, electromovilidad); por el deporte (cholismo, árbitra, sextuplete, videoarbitraje, VAR, superdesempate) y por la ciencia (bosón, superluna, papilomavirus, superbacteria, DANA, COVID-19, ébola, coronavirus).
Este año, en particular, no podían faltar las alusiones al COVID-19, al coronavirus, a la pandemia, a los tan aplaudidos sanitarios (en el primer confinamiento), a la ansiada vacuna (que ya es realidad desde hace menos de una semana), al teletrabajo, que ha permitido que muchos trabajadores siguieran en activo, a las teorías conspiranoicas (conspiranoia), al exceso informativo sobre la pandemia (infodemia) y a la capacidad de las personas para adaptarse a situaciones adversas (resiliencia). Todas ellas han copado la actualidad informativa de este año 2020.
La magia detrás de las bambalinas
¿Qué necesita una palabra para convertirse en palabra del año? ¿Basta con aparecer de manera recurrente en los medios? La Fundéu reconoce que la palabra del año ha de estar “relacionada con la actualidad” y, en consecuencia, “muy presente en los medios”. Pero tiene que tener, además, cierto interés lingüístico “por su formación o por la fuerza de su penetración en el lenguaje común” o, simplemente, debe suponer un reto para la lengua y demostrar la flexibilidad del discurso. Lo que convierte a una palabra en palabra del año es la magia que hay detrás de las bambalinas y que emerge bajo la atenta mirada del lingüista.
La lista de la Fundéu nos permite conocer los derroteros por los que camina la formación de palabras nuevas (neologismos). Al español actual le gusta acortar palabras para después combinarlas, lo que produce reacciones realmente sorprendentes:
amigovio / amigo + novio
clictivismo / clic + víctima + -ismo
gastroneta / gastronomía + furgoneta
abstenciocracia / abstención + democracia
ningufonear / ningunear + telefonear
Le encanta también mezclar y recombinar sufijos y prefijos hasta generar cambios de imagen sorprendentes: aprendibilidad, austericidio, autofoto, expapa, cuñadismo, posverdad, descarbonizar, neonegacionismo, micromachismo, microplástico, sobreturismo, seriéfilo, teletrabajo, videoarbitraje, poliamor, electromovilidad, superbacteria, superdesempate, estatuafobia.
La lista de la FundéuRAE también nos da pistas sobre los retos a los que se ve sometida la lengua día tras día, como las dudas que suscita el género de algunas palabras: ¿árbitra o albañila para designar a las mujeres que arbitran o que tienen por oficio la albañilería?, ¿selfi como nombre ambiguo en cuanto al género?; cómo se usan las siglas, que no tienen plural y se escriben completamente en mayúsculas (VAR, DANA, COVID-19). Y los problemas que entrañan palabras como “ere”, que supone la conversión de una sigla en acrónimo: estas palabras se comportan como sustantivos que varían en género y número y deben escribirse enteramente en minúscula.
Nos pone también frente al reto de la precisión léxica. Así, un refugiado es quien se ve obligado a buscar refugio fuera de su país como consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas. O nos coloca ante la conquista de nuevas realidades: populismo ha ampliado su significado y ha adquirido también una connotación negativa.
Y la palabra del año 2020 es…
¡Cuánto se aprende observando las palabras!, ¿verdad? Tanto que casi se nos olvidaba nombrar la elegida este año: CONFINAMIENTO. Una palabra que, según la FundéuRAE, “lo ha cambiado todo” y “nos ha cambiado a todos”, que ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, nuestra rutina, nuestra forma de trabajar, nuestra forma de dar las gracias y nuestra forma de cuidar a los demás.
Disfruten de la palabra del año y del día de la lengua. Y hablen, escriban y reflexionen sobre ella.
Fuente: Muy Interesante