Nuestro sistema nervioso central se encuentra formado por dos tipos de tejido: la sustancia gris y la conocida como sustancia blanca. La sustancia gris, también denominada materia gris, está principalmente compuesta por cuerpos de células neuronales, células cerebrales no neuronales (células gliales) y axones amielínicos, los cuales son procesos que se extienden desde los cuerpos neuronales, y se encargan de transportar señales entre esos cuerpos.
Las células gliales son de vital importancia, puesto que brindan a las neuronas nutrientes y energía. Por ejemplo, ayudan al transporte de glucosa al cerebro, afectan la intensidad de las comunicaciones de las neuronas, y pueden incluso limpiarlo del exceso de sustancias químicas.
La materia gris es esencial para procesar información en el cerebro. Las diferentes estructuras que encontramos en su interior procesan las diversas señales generadas en los órganos sensoriales, u otras áreas de la materia gris, dirigiendo los estímulos sensoriales a las células nerviosas del sistema nervioso central, donde las sinapsis inducen una respuesta.
Estas señales llegan a la materia gris a través de axones minielinizados, los cuales constituyen la mayor parte de la sustancia blanca presente en el cerebro, el cerebelo y la columna.
En la sustancia o materia gris, estos axones son principalmente amielínicos, lo que se traduce en que no están cubiertos por mielina, que es una proteína grasa de color blanquecino. Puesto que estas células no poseen mielina blanca a su alrededor (es decir, no se encuentran rodeadas por ella), la materia situada en estas áreas adquiere el color grisáceo natural de las células gliales y las neuronas.
Pero originalmente no es gris. En una persona viva, en realidad su color tiende a ser marrón rosado, principalmente porque contiene una enorme cantidad de vasos sanguíneos de pequeñísimo tamaño, conocidos como capilares.
Por tanto, la principal diferencia que encontramos entre la materia blanca y gris es su contenido de grasa, puesto que la sustancia gris no está recubierta por mielina, que sí confiere esa tonalidad blanquecina a la propia sustancia blanca.
Y también en su situación: mientras que la materia blanca se encuentra en los tejidos subcorticales (los tejidos más profundos del cerebro), la materia gris se encuentra principalmente en la superficie cerebral.
No ocurre lo mismo con la médula espinal: posee materia gris en su núcleo, y dispone a su vez de materia blanca en el exterior, con claras propiedades aislantes y protectoras.
¿Qué es y para qué sirve la mielina?
La mielina consiste en una sustancia grasa que envuelve las fibras nerviosas, cuya funcionalidad principal es la de aumentar la velocidad de la comunicación eléctrica entre las neuronas. Fue originalmente descubierta a mediados del siglo XIX (de manos del patólogo alemán Rudolf Virchow), aunque transcurrió casi medio siglo antes de que los científicos descubrieran su importancia como aislante.
En ese momento, Virchow notó algo extraño en las fibras nerviosas que se ramificaban desde la médula espinal cuando las observaba a través del microscopio óptico: estaban rodeadas por una especie de sustancia grasa, de color blanco, y bastante brillante.
Más tarde, se descubrió que la mielina, compuesta principalmente por lípidos y proteínas, envolvía los axones de las neuronas, en lugar de encontrarse en el interior de la fibra nerviosa (como sí creía Virchow en un primer momento).
Poco después, en las décadas de 1930 y 1940, los científicos descubrieron que el paso de iones -partículas cargadas- ayudaba a mantener la señal eléctrica, lo que les brindaba la posibilidad de viajar rápidamente por un axón.
Así, en la década de 1980 los investigadores utilizaron modelos animales para evaluar cómo las diferentes señales nerviosas eléctricas podían verse alteradas luego de que los axones fueran desmielinizados. Cuando esto ocurría, las señales tendían a moverse más lentamente a lo largo de la fibra nerviosa, e incluso no llegaban al final del axón.
Estos descubrimientos fueron sin duda alguna muy destacados, porque la pérdida de mielina es un problema común para muchos trastornos del sistema nervioso central, incluidos la esclerosis múltiple, los accidentes cerebrovasculares y las lesiones de la médula espinal.
Fuente: Muy Interesante