La juventud ha sido tradicionalmente vista como la etapa más feliz de la vida, un tiempo de energía ilimitada, sueños y optimismo. Sin embargo, investigaciones recientes indican que esta percepción puede ya no ser cierta. Cada vez más, los jóvenes reportan niveles más altos de infelicidad y desesperanza, lo que ha llevado a un cambio preocupante en la comprensión tradicional de la felicidad a lo largo de la vida. Pese a que existe en muchos países una mayor riqueza material y a que se han adoptado valores progresistas, las personas no son más felices. Particularmente las jóvenes entre 18-25 años no sienten los beneficios del feminismo o de la igualdad económica, pues son particularmente infelices¿Cómo hemos llegado al punto en que el período que antes se celebraba por su vitalidad y alegría se ha convertido en un tiempo de descontento generalizado?
Durante décadas, el concepto de crisis de la mediana edad ha dominado las discusiones sobre la trayectoria de la felicidad en la vida de una persona. La idea de que la felicidad sigue una curva en forma de U—con picos en la juventud y la vejez, y una caída en la mediana edad—ha sido ampliamente aceptada. Este patrón sugiere que la mediana edad es un tiempo de profunda reflexión, cuestionamiento y, a menudo, insatisfacción. Los investigadores han observado durante mucho tiempo que la felicidad tiende a disminuir a medida que las personas se acercan a la mediana edad, solo para recuperarse más tarde en la vida.
David Blanchflower, un economista del Dartmouth College, fue uno de los primeros en documentar esta curva en forma de U en la felicidad en 2008. Esta curva se observó consistentemente en numerosos estudios e incluso se encontró en primates no humanos, lo que sugiere que este patrón podría estar arraigado en algo fundamental para la experiencia humana (y quizás incluso biológica).
Sin embargo, nuevas investigaciones sugieren que la curva en forma de U de la felicidad podría estar desapareciendo. En un reciente trabajo de Blanchflower y sus colegas del National Bureau of Economic Research (NBER), el equipo revela un cambio dramático en el patrón de felicidad e infelicidad en la última década. En lugar de la tradicional forma de U, los datos ahora muestran un declive constante en la felicidad entre los jóvenes, con un aumento correspondiente en la infelicidad. Esta tendencia marca una salida radical del patrón previamente establecido.
Los datos, extraídos del Sistema de Vigilancia de Factores de Riesgo de Comportamiento de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y otros estudios internacionales, muestran que los adultos jóvenes, particularmente las mujeres de entre 18 y 25 años, están experimentando niveles de infelicidad sin precedentes. Este declive en la felicidad entre los jóvenes es alarmante, dado que esta etapa de la vida ha sido históricamente asociada con el optimismo y la alegría. Carol Graham, investigadora sénior en la Institución Brookings, subraya la gravedad de estos hallazgos, señalando que la juventud debería ser un tiempo de esperanza y posibilidades, no de ansiedad y desesperanza.
Las razones detrás de este cambio son complejas y multifacéticas, pero muchos investigadores apuntan al auge de los teléfonos móviles y las redes sociales como factores significativos. Blanchflower sugiere que la adopción generalizada de los teléfonos inteligentes y el creciente dominio de las redes sociales alrededor de 2014 podrían estar contribuyendo al declive en la felicidad juvenil. Estas tecnologías, aunque ofrecen una conectividad sin precedentes, también han sido vinculadas con un aumento de la ansiedad, la depresión y los sentimientos de insuficiencia entre los jóvenes.
La constante comparación con otros, la presión para mantener una personalidad idealizada en línea y el bombardeo de noticias e imágenes negativas pueden afectar la salud mental. Para los jóvenes que aún están formando su identidad y navegando los desafíos de la adultez, estas presiones pueden ser particularmente dañinas.
El declive en la felicidad juvenil no es solo un fenómeno estadounidense; es un problema global. Se han observado patrones similares en países como el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Este declive generalizado sugiere que el problema no está confinado a contextos culturales o sociales específicos, sino que puede ser un subproducto de tendencias globales más amplias.
Como enfatizan Blanchflower y sus colegas, esta tendencia debería ser una llamada de atención. El tiempo de simplemente observar y medir este declive ha pasado; ahora es el momento de actuar. Los investigadores, los responsables políticos, los educadores y los profesionales de la salud mental deben trabajar juntos para identificar soluciones que puedan ayudar a revertir esta preocupante tendencia.
Fuente: Pijamasurf