Varios estudios descubren que vivir en la pobreza puede debilitar las conexiones neuronales de los niños, hacer disminuir la materia gris de su cerebro y la superficie cerebral
La neurocientífica Mary Helen Immordino-Yang de la Universidad del Sur de California quiso comprender cómo la cultura, la exposición a la violencia, las relaciones familiares y otros factores afectaban al desarrollo del cerebro de los niños y adolescentes. Un total de 73 chicos y chicas del sur de California participaron en su estudio en el que tenían que observar vídeos sobre historias conmovedoras e inspiradoras.
Los menores miraban los vídeos mientras estaban dentro de una máquina de resonancia magnética que registraba sus respuestas cerebrales. Dos años más tarde, se les realizaron las mismas pruebas, y los resultados indicaron que aquellos que crecían en entornos más violentos, que normalmente suelen ser los más pobres, tenían conexiones neuronales más débiles y menos interacciones en las partes del cerebro involucradas en la ética, la conciencia, el juicio y el procesamiento de emociones.
El problema del desarrollo neuronal necesita de una acción política con programas sociales y apoyo a los padres durante los cinco primeros años de vida de los niños
El trabajo de Immordino-Yang está contribuyendo a un campo aún muy inexplorado: la neurociencia de la pobreza. Se basa en que la pobreza y las condiciones que la acompañan como la violencia, el caos en el hogar, el ruido excesivo, la contaminación, el abuso, la desnutrición y el desempleo, pueden afectar a la formación de las conexiones cerebrales de los jóvenes.
En 2015 se publicó un estudio en JAMA Pediatrics en el que se analizaba el cerebro de 389 jóvenes estadounidenses de entre 4 y 22 años. Una cuarta parte de los participantes provenían de entornos que estaban muy por debajo del nivel de pobreza establecido por el gobierno federal. Estos niños de entornos más pobres presentaron una mayor disminución de la materia gris del cerebro.
En ese mismo año, otro estudio publicado en Nature Neuroscience analizó a 1.099 niños de entre 3 y 22 años. Los jóvenes con padres de bajos ingresos tenían algunas áreas de la superficie cerebral más reducidas en comparación con los niños de familias con mayor nivel adquisitivo.
Hace tiempo que se conoce la relación entre la clase social, la salud y el desarrollo del aprendizaje, pero es ahora cuando se empieza a relacionar con la actividad cerebral
Vivir en un entorno más pobre significa una mayor posibilidad de que te golpeen, te violen, te roben o te disparen. Las hormonas del estrés se encuentran constantemente elevadas, y esto provoca que el cerebro presente una respuesta permanente de lucha o huida. De este modo estrés crónico impide el desarrollo adecuado de las conexiones neuronales y de las propias neuronas.
Los entornos familiares caóticos en los que existe negligencia y abuso tienen un efecto neuronal importante no sólo en niños y adolescentes sino también en los recién nacidos. En 2013 la Universidad de Wisconsin-Madison analizó a 77 niños de pocos meses de edad. Los resultados mostraron que los bebés de cinco meses que provenían de familias de bajos ingresos presentaban menos materia gris cerebral en las regiones frontal y parietal en comparación con los bebés de familias más acomodadas.
Este estudio también indica que los efectos de la pobreza a una temprana edad pueden conllevar un crecimiento cerebral más lento e incluso provocar que nunca se llegue a desarrollar por completo el cerebro.
El 26,2% de los afroamericanos y el 23,6% de los latinoamericanos que viven en Estados Unidos son pobres en comparación con el 10,1% de los blancos y el 12% de los asiáticos
El doctor Jack Shonkoff, director del Centro para el Desarrollo del Niño de la Universidad de Harvard, advierte que se deben hacer aclaraciones sobre estos estudios. Los resultados hay que entenderlos en su contexto, indica Shonkoff. Si no se entiende el contexto, estas investigaciones pueden alimentar creencias erróneas de discriminación racial y social.
Crecer en un entorno de pobreza no produce por sí mismo daños cerebrales. Los estudios que se han realizado sobre el tema indican correlación, no causalidad. La suma de todo lo que implica vivir en este tipo de entornos (violencia, malnutrición, abusos) es lo que lleva a obtener esos resultados. Todos los factores combinados pueden provocar que la educación y el aprendizaje sean muy difíciles.
La pobreza es sólo una pieza del rompecabezas. «Tienes niños que viven en la pobreza y tienen el cerebro en perfecto estado», indica Shonkoff. Cientos de niños que viven en zonas marginales, en las que gobiernan las pandillas, crecen sin que su cerebro se vea afectado gracias a que sus padres los prepararon y protegieron. El apoyo de los padres, los maestros y otros adultos, así como las políticas sociales y educativas, podrían ser la solución para estos menores.
Fuente: Quo