Al dime lo qué comes y te diré cómo puede ser tu estado de salud habrá que empezar a sumarle el dime cuándo comes. Dos estudios que se publican en la revista «Proceedings of the National Academy of Sciences», afirman que comer en horarios irregulares supone un mayor riesgo de padecer el ‘síndrome metabólico’, .
Los seres humanos, tal y como sucede con todos los seres vivos, nos regimos por un reloj biológico interno –el consabido ‘ritmo circadiano’– que nos dicta cuándo debemos alimentarnos y dormir. De hecho, son numerosos los estudios que constatan que las alteraciones en nuestro horario de sueño pueden tener consecuencias muy nocivas para nuestra salud, sobre todo para nuestra salud cardiovascular. Y en este contexto, ¿qué sucede cuando, como resulta tan común hoy en día, alteramos los horarios de nuestras comidas? Pues según concluyen estas nuevas investigaciones comer de forma desordenada se relaciona con un mayor riesgo de padecer el ‘síndrome metabólico’ –es decir, de desarrollar enfermedades como la diabetes tipo 2, la obesidad y la hipertensión arterial.
Concretamente, los dos estudios, llevados a cabo por investigadores de tres universidades británicas –el King’s College de Londres, la Universidad de Newcastle y la Universidad de Surrey– y del Instituto Nestlé de Ciencias de la Salud en Lausana (Suiza), analizan el impacto sobre la salud de los horarios, regulares o irregulares, de las comidas desde dos perspectivas distintas: el equilibrio –o desequilibrio– de ingesta de calorías a lo largo del día y los trabajadores por turnos.
‘Cenar como un mendigo’
El primero de los estudios compara los efectos que, sobre la salud general, tienen los patrones de alimentación de los países anglosajones y de los países mediterráneos. Y es que contrariamente a como sucede en las naciones de la Europa meridional –el ejemplo citado en el estudio es el de Francia–, en los que las comidas no solo tienen una función meramente nutritiva, sino también un componente social, los habitantes de Reino Unido y EU. tienen un concepto más pragmático de las comidas. O lo que es lo mismo, comen para ingerir las calorías necesarias, obviando todo posible deleite relacionado con el comer. Así se explica que los británicos abusen de los alimentos precocinados y altamente calóricos, así como que se salten muchas más comidas.
Sin embargo, las diferencias no acaban ahí. En los países mediterráneos, la comida principal es la que se realiza al mediodía, por lo general en casa –cuando resulta posible– y en compañía. No así en los países anglosajones, en los que la ingesta de energía se incrementa gradualmente a lo largo del día, con desayunos poco copiosos y cenas muy abundantes. Un patrón que cada vez es más común en la cuenca del Mediterráneo, incluida España.
Y estos patrones alimenticios, ¿tienen algún efecto sobre la salud? Pues sí, y muy notable. Concretamente, las evidencias de un reciente estudio llevado a cabo con mujeres con sobrepeso u obesidad muestra una mayor pérdida de peso y unos mejores niveles de azúcar en sangre cuando la mayor ingesta calórica tiene lugar en el desayuno, que no en la cena. Tal es así que el patrón de alimentación anglosajón, caracterizado por unas cenas abundantes, no parece el más recomendable.
Como explica Gerda Pot, directora de la investigación, «parece que el dicho ‘Desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo’ esconde alguna verdad. Sin embargo, hay que desarrollar más estudios para confirmarlo».
El dicho ‘Desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo’ esconde alguna verdad
El problema es que, como recuerdan los autores, la mayoría de las guías sobre alimentación se centran en ‘qué’ debemos comer y ofrecen muy pocas recomendaciones sobre ‘cuándo’ realizar las comidas a lo largo del día.
Como concluye Gerda Pot, «cada día tenemos más conocimientos sobre qué alimentos debemos tomar. Pero no hemos resulto la duda de qué comida debería proporcionarnos la mayor energía. Y si bien las evidencias sugieren que el mayor consumo de calorías en la noche se asocia con un mayor riesgo de obesidad, todavía desconocemos si la ingesta de energía debería distribuirse equitativamente a lo largo del día o si el desayuno debería contener la mayor proporción de energía, seguida de la comida y de la cena».
Por su parte, el segundo de los estudios alude al denominado ‘jet-lag social’, en el que nuestros hábitos –en este caso concreto, alimenticios– no corren a la par con nuestro reloj biológico. De hecho, el objetivo del estudio fue analizar las consecuencias asociadas con un estilo de vida marcado por la alteración de los ciclos del sueño/vigilia y las comidas en horarios irregulares y fuera del hogar, así como por el hábito frecuente de ‘saltarse’ las comidas. Y para ello, se centra en la situación de los trabajadores por turnos, más proclives a continuos cambios drásticos en sus patrones de sueño y en sus patrones alimenticios.
Como recuerdan los autores, «muchos de los procesos metabólicos asociados a la alimentación siguen un patrón circadiano. Es el caso del apetito, de la digestión y del metabolismo de las grasas, el colesterol y la glucosa. Así, la ingesta de alimentos puede alterar nuestro reloj biológico, muy especialmente en el caso de órganos como el hígado y el intestino. Y de la misma manera, nuestro reloj interno también está regulado por el ciclo día/noche, que puede afectar a nuestro modo de alimentarnos».
Entonces, ¿qué sucede con las personas que, como los trabajadores por turnos, alteran con asiduidad sus ritmos circadianos y, por tanto, sus horarios de comidas? Pues que, simplemente, tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades como las cardiovasculares, distintos tipos de cáncer y el síndrome metabólico. Sin embargo, no está del todo claro que este mayor riesgo se asocie, además de a las modificaciones en los patrones de sueño, a los frecuentes cambios en el horario de las comidas. Una consideración que, concluyen los investigadores, requiere el desarrollo de nuevos estudios.
#PiensaPositivo
Fuente: ABC