¿Quién de nosotros no ha escuchado alguna vez un chisme?, y ¿quién de nosotros no ha contado alguno? Aunque digas que no te gusta, no puedes negar que a veces te entretiene. Bastaría un breve recorrido por la historia para darse cuenta de que el chisme ha formado parte del patrimonio cultural de la humanidad desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer. Al preparar este artículo tuve que consultar muchas fuentes de información, pero la inspiración me vino al escuchar a alguien mientras me tomaba un café.
El Chisme ha sido parte integral de nuestra vida, de nuestra cultural y de nuestra sociedad en general. Obviamente, para que haya chismes tiene que por lógica existir el chismoso. El chisme o “información’ de carácter personal no son más que noticias, ideas poco elaboradas que se dan como hecho y han de tener carácter ameno o entretenido. Por lo tanto impactan mucho por su contenido, la brevedad de un comentario a veces puede tener graves repercusiones y afectar toda una vida.
En muchos casos los chismes son basados en casos verídicos o reales y probablemente tienen un fondo de causas de envidia, es como una mezquindad calculada inconscientemente para destruir la fama o la figura de alguien. Obviamente quien tiene envidia, sufre a su vez de inseguridad y de falta de autoestima, luego se podría equiparar con una especie de pequeña o gran venganza por parte de alguien que se siente y se comporta como inferior al criticado.
Todos hemos oído chismes o rumores acerca de distintos temas que se han convertido en leyendas urbanas y que repetimos incansablemente, incluso de generación en generación poniendo delante la premisa “se dice que…” sin plantearnos quién o porqué lo dice quien lo dice y que en realidad somos nosotros los que lo decimos, en otras palabras, hacemos una especie de separación del rumor de nosotros mismos, como dejando claro que no somos responsables de la fuente de la malicia que envuelve muchas veces al chisme.
Según recientes investigaciones en el campo de la psicología, existe una categoría que se podría catalogar como “chismes neutros” o neutrales, los cuales consisten en comentarios de todo tipo, sin el afán de dañar a nadie, que las personas comparten cuando se encuentran para tomar el tinto durante el descanso del trabajo, o cuando se reúnen en el colegio, la universidad o la oficina después de las vacaciones. Es una forma de ponerse al día en los últimos acontecimientos, la mayoría de las veces por simple curiosidad, pues no se trata de cosas trascendentales para la propia vida. Incluso, algunos afirman que la sensación que se experimenta al contar un chisme o enterarse de uno es benéfica para la salud.
Según algunos Psicólogos; “el fenómeno de chismear estimula la producción de endorfinas y el sistema inmune, de tal manera que libera el estrés”.
Por otro lado, el chisme, cuando no tiene la intención de perjudicar a nadie, cumple una función social terapéutica muy importante, pues permite establecer lazos afectivos muy fuertes entre las personas. ¿Qué hay más sabroso que sentarse con los amigos a tomar una copa y “arreglar el mundo”, ventilando los asuntos de la política o el deporte? ¿Qué mujer es más feliz haciendo los oficios de la casa que aquella que ve pasar las horas de la tarde en el lavadero “comadreando” con las vecinas?
Nadie se salva: son chismosos los vigilantes de los edificios cuando le cuentan al dueño de un apartamento lo que hizo el inquilino del frente; son chismosos o “chotas” los que le cuentan a las autoridades lo que hace el vecino; son chismosos los altos ejecutivos cuando revelan los secretos comerciales de sus empresas a cambio de un mejor puesto en otro lugar; son chismosas las secretarias cuando le cuentan a las esposas las andanzas “non sanctas” de sus maridos con las otras secretarias.
¿Cómo podemos evitar caer en la tentación de chismear acerca de alguien? Tal vez la solución ya nos fue dada en la antigua Grecia. Aprendamos de ese gran filósofo griego mejor conocido como Sócrates. Recuerda esta filosofía la próxima vez que oyes o quieres repetir un rumor:
En la Grecia antigua, Sócrates fue ampliamente alabado por su sabiduría. Un día el gran filósofo se encontró con un conocido que le dijo emocionado, “Sócrates, ¿sabe lo que acabo de escuchar acerca de uno de sus alumnos?”
“Un momento”, le dijo Sócrates. “Antes de decírmelo, quisiera que pases una pequeña prueba. Se llama la Prueba de los Tres.”
“¿Tres?”
“Como lo oyes.” dice Sócrates. “Antes de que me cuentes sobre mi alumno, vamos a tomar un momento para poner a prueba lo que me vas a decir.”
La primera prueba es la Verdad. ¿Has asegurado absolutamente que lo que me vas a decir es la verdad?”
“No,” dice el hombre, “de hecho, solamente lo sé de oídas.”
“De acuerdo” dice Sócrates. “Entonces no sabes si es verdad o no.”
“Bueno, intentemos la siguiente prueba, la prueba de la Bondad. Lo que me vas a decir acerca de mi alumno, ¿es algo bueno?
“No, al contrario…”
“Entonces,” dice Sócrates, “¿Estás dispuesto a decirme algo malo sobre él aunque no puedas asegurar que sea cierto?”
El hombre se encogió de hombros apenado.
Sócrates continuó, “Todavía podrías pasar, porque hay una tercera prueba, el filtro de la Utilidad. ¿Lo que me vas a decir sobre mi alumno me servirá?”
“No exactamente.”
“Entonces,” concluye Sócrates, “si lo que me vas a decir no es ni la verdad, ni bueno ni tampoco de ninguna utilidad, ¿porque siquiera decírmelo?”
Derrotado y avergonzado, el hombre se fue. Por esta razón Sócrates fue un filósofo tan grande y mereció tanto aprecio.
Fuente: La voz hispana