Todos en la isla se burlaban de Horem, que no iba a divertirse con sus amigos, ni llevaba un buen traje los domingos y no sabía más que trabajar en su serrería.
Horem sólo dejaba de trabajar para levantar la cabeza cuando la linda Margarita pasaba cerca de allí, porque estaba enamorado de la muchacha. Pero ella prefería a otros jóvenes, más divertidos y mejores bailarines.
Un día, la tempestad se llevó el largo puente que comunicaba la isla con la tierra firme, y todos angustiados, se preguntaron cómo podrían sobrevivir si se acaban los alimentos y ningún barco les llevaba socorros.
Y, mientras se lamentaban porque la harina se acababa y las conservan se agotaban, Horem serraba y serraba maderas y más maderas. Él solo, con su esfuerzo, construyó una gran balsa y la arrastró hasta la orilla, la puso sobre el agua y remó hasta perderse de la vista.
Dos días después, cuando los niños lloraban de hambre, regresó con la balsa repleta de alimentos y en la isla todo fue alegría. Celebraron una fiesta con baile, pero Horem no acudió pues había abandonado su trabajo habitual por dedicarse a la barca y al viaje.
Pero de pronto, el taller se iluminó, cuando la linda Margarita, la de las trenzas doradas, apareció sonriente:
-Hola, Horem, no he querido ir al baile, porque prefiero hacerte compañía.
A los pocos días, Horem se casaba con Margarita, que había comprendido lo mucho que valía aquel muchacho trabajador y honrado, y no se arrepintió jamás, pues fueron muy felices.
#PiensaPositivo
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