En tiempos muy remotos, los pacíficos habitantes del País Azul vivían atemorizados por sus violentos vecinos, los del país verde. Y sucedió que, cuando estaba amaneciendo el primer día de aquel año, los del País Azul divisaron a los de País Verde dispuestos a invadirlos. Pero los hombres azules no sabían pelear y las mujeres lloraban asustadas. Los niños, reunidos por sus padres en un inmenso granero, suplicaban:
-Que se vayan los hombres verdes, que no nos hagan daño.
A una niña, delgadita, morena, se le ocurrió que, además de llorar, debían comer los dulces típicos de Año Nuevo, que sus madres habían hecho.
-Y tampoco el resto del año, si el milagro ocurre –añadió otro chicuelo.
De pronto, comenzó a nevar, tan fuerte que, enseguida, todo quedó cubierto por la nieve.
-El día de Año Nuevo siempre suele nevar, pero no tan intensamente.
Era verdad que la nevada impedía el paso a los ejércitos del País Verde, pero las personas del País Azul temieron morir de hambre y frío.
Pronto se acabarían la leña y los alimentos, pues por los caminos no podrían pasar los carros. Pero un joven valiente decidió salir a los caminos, y volvió poco después, con el rostro radiante de alegría:
-La nieve es tibia como el sol de Primavera –explicó- y tan seca y blanda, que no cuesta nada abrirse paso. ¡Estamos salvados! Los ejércitos no se atreverán a invadirnos y nosotros podremos resistir.
La suave nieve se mantuvo a lo largo del Invierno, de la Primavera y del Verano, y las gentes del País Azul nada temían, ya que se encontraban protegidas. Al llegar un nuevo invierno, cosa extraña, la nieve empezó a derretirse y desaparecer. Cierto que volvió a nevar el día de Año Nuevo, pero en suaves y fríos copos, que apenas si cubrían los rojos tejados. Y entonces supieron con sorpresa, que el jefe de los ejércitos verdes había muerto y que el nuevo jefe, hombre justo y bueno, había decidido no guerrear.
Los niños, juntos de nuevo en el granero, agradecieron a Dios que el milagro se había producido y comenzaba un año feliz.
#PiensaPositivo
wow me encanto no lo puedo dejar de oir