Un viajero, perdido en el gran desierto africano, había agotado sus provisiones y estaba a punto de morir de sed, cuando divisó un oasis. Creyó que las palmeras tendrían dátiles, pero no fue así y, aunque pudo apaciguar su sed, no logró calmar su hambre. En esto, al pie de una palmera, encontró un saquito. Muy rápidamente, lo abrió, con la ilusión de que contuviera alimentos, pero no halló más que hermosas perlas, y su tristeza fue enorme. Al día siguiente, resignado ya a morir, vio aparecer entre las dunas un camello, montado por un moro. Este, al verle, preguntó:
--Buenos días, buen hombre. ¿No habéis encontrado un saquito por aquí?
--¡Claro que sí! Pero lo cambiaría a gusto por cualquier clase de comida, pues me muero de hambre.
El moro, lleno de júbilo, se apresuró a sacar de sus alforjas cuanto el viajero deseaba para alimentarse.
--¡Gracias, gracias! –repetía el hombre salvado--. Mi caballo cayó muerto y yo me sentía morir de hambre.
¡Qué misterioso es el destino! –exclamó el moro --. Si no llego a dejarme olvidado ese saquito no hubiera vuelto para ayudaros. ¡Y yo me levantaba de mi desgracia por haberlo extraviado! Son los designios de la suerte.
Los dos hombres, montados en la joroba del camello, llegaron a la próxima ciudad, bendiciendo a la Provincia por sus sorprendentes designios.
Me gusta leer los designios de Dios