Érase una vez dos sastres que viajaban a través del mundo y se consagraban a crear vestidos para la gente rica y poderosa.
Un día llegaron al palacio de un gran emperador.
Pero tendríais que saber que estos dos hombres no eran verdaderos sastres sino más bien tramposos.
Engañaban a la gente sacándoles su dinero y dando muy poco, o nada a cambio.
El emperador quedó alucinado cuando los dos impostores le dijeron que las magníficas telas que utilizaban no solamente eran muy refinadas, sino que además eran mágicas.
Si alguien fuera estúpido o no mereciera el trabajo que ejercía en la corte, no podría distinguir tales telas.
“Um, esto sería muy práctico”, pensó el emperador.
“Así podré saber rápido quién es listo, quién es tonto y quién no merece su puesto en el palacio”.
Proporcionaron, pues, a los dos sastres una sala para trabajar, mucho dinero y les dijeron: “Ya pueden empezar”.
Dos o tres días más tarde, el emperador mandó al más fiel de sus viejos ministros para que viera cómo les iba el trabajo a los sastres. El viejo hombre vio que la sala estaba completamente vacía y que no había nada encima de la mesa.
Entró y entonces los dos tramposos abrieron los brazos sobre la mesa preguntando:
¿Qué piensa señor de estos magníficos colores y maravillosos dibujos?
El viejo ministro pensó:
“Quizás soy tonto y no soy digno de la confianza que me ofrece el emperador”.
“Oh, maravilloso, encantador…”
Dijo con gran entusiasmo el viejo hombre mirando de cerca la mesa vacía. Y luego, cuando los dos pícaros describían cada dibujo y cada color detalladamente, el viejo ministro se acordó de cada palabra y pudo describir exactamente todo al emperador.
Entonces, los tramposos pidieron más hilo de oro y más finas sedas para tejer más telas mágicas.
Uno de los oficiales superiores del emperador, les llevo todo lo que habían pedido a la sala donde, está claro, los dos individuos simulaban trabajar duramente.
“¿No es magnífico?” preguntó uno de los impostores levantando los brazos, sobre los cuales no había absolutamente nada.
“Yo sé que no soy un tonto” pensó e oficial.
“¿Será pues que yo no merezco tener el mando de la guardia del Palacio? Es muy extraño aunque…”
Incluso pensando esto, elogió a los dos por su extraordinaria habilidad, y se precipitó a describir al emperador la bella tela que los dos sastres estaban utilizando.
Entretanto, en la ciudad bajo el castillo, la gente comenzaba a murmurar respecto a las magníficas telas mágicas destinadas a vestir al emperador.
Y el emperador decidió que le gustaría ver, por sus propios ojos las magníficas telas antes de conjuntarlas.
Así, acompañado de un grupo de cortesanos, se dirigió a la sala.
“No puedo ver nada”, pensó ¡Es terrible!
“¿Soy tonto? ¿No soy apto para ser emperador?”
Pero acercándose a la mesa alzo sus brazos y exclamó ¡Magnifico! ¡Formidable! ¡Excelente!
Y todos los cortesanos, nerviosos, se unieron para decir lo mismo al emperador.
Después, el emperador tomó a los dos aparte y les dijo que esos magníficos trajes debían estar a punto para una procesión que tendría lugar en la ciudad al día siguiente.
“Trabajen toda la noche si es necesario” dijo y les dio muchos paquetes de velas para encender.
Los dos tramposos utilizaron, naturalmente, todas las velas. Todos y cada uno, en palacio, pudieron ver la luz encendida del taller toda la noche.
En realidad los dos tramposos no hicieron otra cosa que dormir.
Al amanecer gritaron ¡Ahora los nuevos trajes del emperador ya están preparados! El emperador y sus cortesanos se precipitaron a entrar en la sala.
“Excelencia, ¿quiere quitarse sus vestidos y ponerse delante del espejo?”
Dijeron los dos impostores haciendo una reverencia.
Y cuando el emperador se puso delante del espejo completamente desnudo, los dos tramposos simularon ajustarle las telas de seda a su cuerpo.
“Estos trajes son tan suaves y ligeros como una tela de araña” murmuraban al emperador
“Se podría pensar que no lleva nada encima”
¡Qué traje más elegante! ¡Su majestad está espléndido con sus nuevo vestido! gritaba la gente a su alrededor.
No se atreverían a decirle que no veían nada.
Entonces bajaron las escaleras y salieron a la calle. Cuatro cortesanos llevaban bajo palio al emperador. Otros dos, simulaban sostener una larga cola del vestido del emperador.
Todo el mundo en la calle, y la gente asomada en las ventanas exclamaba ¡qué bonitos son los nuevos vestidos del emperador! ¡Qué magnífica cola!
Nadie quería ser tratado de tonto, ni perder su trabajo
De pronto un niño grito ¡Está desnudo!
“Ah, inocente pequeño”, dijo su padre.
Pero de pronto toda la gente empezó a murmurar al mismo tiempo: “Está desnudo, está desnudo…”
Y después a gritar ¡está desnudo!
El emperador sabiendo que era verdad, suspiró…
“Pero la procesión tiene que continuar”, pensó.
Así los cortesanos y el emperador continuaron la procesión, hasta el final.
Gracias por su hermosos cuentos Mis hijos (de 6 y 8 años) no se duermen sin escucharlos.