Cuando escuchamos las palabras berrinche o pataleta, la mayoría de nosotros nos imaginamos a un niño de 2 o 3 años tirado en el suelo y gritando. Sin embargo, los adultos también tienen rabietas. A veces, los “pierden” las emociones, siendo incapaces de traducir en palabras esa frustración, envidia, decepción…
Para el conductismo, esa corriente de la psicología que estudia el comportamiento humano en base a estímulos y respuestas, las rabietas son unas conductas claramente desadaptativas. No llevan a nada. Sin embargo, el que no conduzcan a nada concreto (o nada realmente útil) no significa, ni mucho menos, que esas dinámicas no tengan un significado detrás. Todo lo contrario, esos berrinches emocionales expresan un mensaje muy rico en contenido.
Entre los dos y los 4 años, las pataletas forman parte normal del desarrollo emocional de un niño. Son poco más que ese desafío obligado que toda madre y todo padre debe aprender a gestionar con calma y eficacia. Ahora bien, a veces se nos olvida que el simple hecho de crecer y de convertirnos en personas adultas no nos ofrece de forma automática la habilidad y la madurez para reconocer y controlar nuestras emociones.
Tanto es así, que podríamos decir, casi sin equivocarnos, que a nuestro alrededor abundan los adultos con la inteligencia emocional de niños de 3 años. Si no conformaron en su infancia un buen sentido del yo, si no contaron con una ayuda adecuada para canalizar y entender sus propios universos emocionales, lo habitual es que surquen los años arrastrando el mismo lastre.
Los adultos también tienen rabietas de impotencia
La pataleta, la rabieta o el berrinche emocional constituyen una reacción sobredimensionada ante una situación frustrante. Los niños, por ejemplo, suelen manifestar la rabia mediante gritos, lloros, patadas y un claro descontrol emocional. Hay diferentes intensidades, pero lo que siempre percibimos son conductas claramente desproporcionadas y un déficit en la comunicación y en la gestión de las emociones e impulsos.
En los adultos (por término medio), esos berrinches no derivan en agresiones físicas, no hay patadas, golpes o mordiscos. Aún más, en gran parte de los casos pueden incluso pasar desapercibidas en su entorno más próximo.
Pongamos un ejemplo. Claudia trabaja en un bufete de abogados y está acostumbrada al éxito. Cada vez que logra un objetivo es recompensada con una bonificación. Ahora bien, cuando son sus compañeros cuando logran ese reconocimiento, Claudia no lo soporta. Ella no se echa al suelo, no grita, de hecho… no dice nada.
Nuestra protagonista se limita a ir al baño para llorar. Porque no tolera que en un momento dado sus compañeros la superen. Porque los celos la carcomen y no sabe cómo manejar ese malestar. Los adultos tienen “rabietas”, pero no nos equivoquemos en un aspecto. Esas explosiones emocionales, si son genuinas, no buscan manipular a nadie, como no lo hacen tampoco las de los niños.
No todo el mundo desahoga sus rabietas en privado, como lo hace Claudia. También es común encontrar esos perfiles que no dudan en dar forma a una escena completa. Hay gritos, objetos que se lanzan al suelo y, lo peor de todo, esa agresividad donde pueden aparecer los insultos y la falta de respeto. Ahora bien, pero… ¿Qué hay detrás de estos comportamientos?
Lo decíamos al inicio. En gran parte de los casos la rabieta es la demostración de una clara inmadurez emocional, una falta del sentido del yo que permita gestionar mejor las frustraciones, las decepciones. Sin embargo, no podemos dejar de lado otras realidades que todo buen profesional debería considerar con un adecuado diagnóstico.
- Los adultos también tienen rabietas, pero aquellos que las evidencian de forma recurrente pueden presentar algún trastorno de la personalidad, algún trastorno bipolar, desórdenes obsesivos-compulsivos, trastorno narcisista de la personalidad, etc.
- El estrés postraumático también puede estar detrás de esta conducta.
- Las personas con un trastorno del espectro autista también muestran estos comportamientos.
Fuente: La mente es maravillosa.