Colisiones catastróficas, lluvia de cometas, vulcanismo desbocado, la aparición de la Luna, enormes mareas y días de 6 horas: esto es lo que sucedió cuando la Tierra era un planeta joven hace más de 4 000 millones de años.
Todo empezó en una nube de gas y polvo hace 4 600 millones de años. Allí se estaba incubando una estrella rodeada por lo que los astrónomos llaman un disco protoplanetario. Los granos de polvo chocaban entre ellos agregándose y haciéndose cada vez mayores: se necesitaron de 1 000 a 100 000 años para formar objetos de un kilómetro de diámetro. Eran los planetesimales, que orbitaban alrededor del Sol en anillos gigantes, muy parecidos a los de Saturno, rodeados por un disco de gas, esencialmente de hidrógeno y helio. En un principio eran unos cuantos cientos de millones de objetos irregulares de unos pocos kilómetros de diámetro; el núcleo del cometa Halley es un buen ejemplo de ello. Después de todo, el cinturón de Kuiper, una zona situada entre Neptuno y Plutón, contiene algunos de estos antiquísimos objetos y cometas.
Los planetesimales eran muy abundantes y se producían innumerables colisiones: si chocaban a bajas velocidades se fundían y formaban objetos más grandes. Poco a poco, a medida que iban acretando materia, la gravedad empezó a desempeñar su papel: los planetesimales más masivos atrajeron a los más pequeños disparando el efecto de acumulación; por otro lado, aquellos objetos pequeños que consiguieron evitar la colisión fueron desviados a órbitas más elípticas. Esto produjo una escisión que derivó en dos poblaciones diferentes: mientras los más masivos aumentaron de tamaño formando planetas, los más pequeños se mantuvieron como tales, formando cometas y asteroides.
De este modo se formó nuestro planeta, la Tierra.
Fuente: Muy Interesante