Factores genéticos, biológicos y del entorno afectan a la longevidad de los varones. Un análisis de datos del Banco Mundial muestra que las mujeres viven 5,2 años más que los hombres en los países de ingresos altos y 3,8 años más en los de ingresos bajos
Vivir más es una aspiración generalizada, pero muchos métodos para lograrlo no resultan atractivos. Hace más de ochenta años, en 1939, un experimento en ratas desarrollado en la Universidad de Cornell (EU) logró prolongar un 33% la vida de los animales restringiendo las calorías que ingerían, y otros estudios recientes sugieren que, al menos en algunos casos, pasar frío puede ayudar a vivir más años. Muchos experimentos en animales apuntan a un rasgo muy extendido que acorta la vida, la masculinidad, y a un método drástico para prolongarla, la castración. En grupos de hombres internados en instituciones psiquiátricas de EE UU, extirparles los testículos hizo que viviesen de media 14 años más que los que mantuvieron las gónadas y estudios históricos de eunucos coreanos muestran que también tenían vidas más largas que hombres de su misma clase social.
La mayor esperanza de vida de las hembras de buena parte de las especies es un hecho conocido y eso incluye a los humanos. Un análisis de datos del Banco Mundial muestra que las mujeres viven 5,2 años más que los hombres en los países de ingresos altos y 3,8 años más en los de ingresos bajos. Entre las mujeres de los países con mayor esperanza de vida y los hombres de los países en la parte inferior de la clasificación, la diferencia roza los 22 años.
Un trabajo publicado en 2021 en PNAS, analizó 101 especies animales en estado salvaje y estimó que las hembras vivían un 18,6% más que los machos. Entre los humanos, esa diferencia es del 7,8%, y averiguar cuáles son los mecanismos que pueden explicar esas diferencias e, incluso, hasta qué punto esa variación se puede reducir si cambian las normas sociales, ayudaría a ampliar la vida saludable en ambos sexos. Un estudio realizado en más de 3.200 ratones y publicado en Science la semana pasada identificó varias partes del genoma que influyen en la longevidad y observó que estos efectos genéticos varían por sexo, pero también mostró que la esperanza de vida depende de muchos rasgos que interaccionan de una forma muy compleja con el entorno.
Testosterona y estrógenos
Comenzando con los factores biológicos, los efectos de la castración sugieren que hay factores hormonales detrás de la desventaja masculina. Se sabe que los estrógenos benefician a las mujeres porque reducen los niveles de colesterol malo (LDL) e incrementa el bueno, y que sucede justo lo contrario con la testosterona, algo que incrementa el riesgo de los hombres de sufrir hipertensión o enfermedades cardiovasculares. Además, los andrógenos, que pueden hacer crecer rasgos sexualmente atractivos como una gran cornamenta en un ciervo o una llamativa musculatura en un hombre, hacen que el sistema inmune de esos machos de apariencia poderosa sea más débil y les haga más susceptibles a infecciones y enfermedades.
Esto sugiere también que las distintas estrategias evolutivas de machos y hembras puede explicar parte de las diferencias en esperanza de vida. Manuel Collado, director del Laboratorio de Senescencia Celular, Cáncer y Envejecimiento del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela (IDIS), recuerda la idea del biólogo Tom Kirkwood, que planteó “que las hembras han sido seleccionadas evolutivamente para tener un mejor mantenimiento y una mayor reparación, porque los hombres son más desechables”. Para un macho, tener unos cuantos años de dominio y acceso a las hembras puede ser una estrategia adecuada para maximizar su éxito reproductivo, aunque eso implique riesgo y desgaste. “Las hembras de muchas especies necesitan más tiempo para tener más crías y para dedicarles cuidado para que sobrevivan”, añade Collado.
Las hembras de muchas especies necesitan más tiempo para tener más crías y para dedicarles cuidado para que sobrevivan
Manuel Collado, director del Laboratorio de Senescencia Celular
Esto puede haber quedado plasmado en las particularidades biológicas de cada sexo. Una línea de experimentos con animales indica que tener dos cromosomas X es más protector que tener la combinación XY. En el segundo caso, cuando un defecto dañino aparece en uno de los dos cromosomas X, este se silencia y su función la cubre una región idéntica del que queda intacto. En el caso de los hombres, el cromosoma Y, el que produce la testosterona y muchos de sus rasgos diferenciales, les dejaría a merced del fallo.
María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), considera que la mayor longevidad de las hembras también se podría deber “a tener unos telómeros más largos que a su vez pueden ser consecuencia de que el gen de la telomerasa se activa por estrógenos”. Los telómeros son un elemento protector de los cromosomas, las estructuras fundamentales que almacenan y conservan la información genética necesaria para vivir. Cada vez que una de nuestras células se divide para generar otra, los telómeros se quedan un poco más cortos y el acortamiento exagerado de estas cintas protectoras está asociado a enfermedades y envejecimiento prematuro. Blasco, que también es directora del grupo de Telómeros y Telomerasa del CNIO, explica que su grupo “demostró que los telómeros de las mujeres son más largos que los de los hombres hasta la menopausia”. Sin embargo, también recuerda que algunos factores protectores en unas circunstancias pueden convertirse en una amenaza cuando aparecen otras nuevas. Aunque los hombres han fumado más y esto se refleja en un mayor número de casos de cáncer de pulmón, “a igual número de cigarros, las mujeres tienen más riesgo por los estrógenos”, afirma Blasco.
Este último punto lleva a la compleja interacción entre biología y entorno. Cuando se analiza la longevidad por estrato social, la pobreza está claramente relacionada con un peor estado de salud y una menor esperanza de vida. Sin embargo, las mujeres de todo el mundo, que de media tienen menos control sobre sus vidas y unas condiciones socioeconómicas peores, viven más. La impulsividad y la búsqueda de sensaciones fuertes, algo que puede tener un origen biológico reforzado o atenuado por la cultura, es un factor importante en el incremento de mortalidad masculina, en particular durante la juventud. Los datos de tráfico indican que mueren el doble de hombres que de mujeres en siniestros de circulación y muestran que ellos conducen más rápido y lo hacen más a menudo después de tomar drogas. Pero este factor, también indica que hay un espacio inmenso para la mejora a través de intervenciones socioculturales en la mortalidad prematura de ambos sexos y en particular de la masculina. En España, en 1989, murieron 9.344 personas en la carretera; la cifra descendió hasta los 1.755 en 2019.
Ciertos roles [de las mujeres] son protectores de la salud, como el rol de cuidados, y también los chicos tienen más comportamientos de riesgo
María Teresa Ruiz Cantero, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante
Sobre una posible explicación para la mayor longevidad femenina pese a las peores condiciones sociales, María Teresa Ruiz Cantero, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante, señala que una posibilidad es “que ahora las mujeres tienen que desarrollar los roles clásicos de su género además de los que implica su incorporación al mercado laboral”. “Esto hace que las mujeres cuiden, como norma, más que sus parejas, y eso les dificulta tener más tiempo de ocio asociado al tabaco y al alcohol, por ejemplo”, continúa. “Ciertos roles son protectores de la salud, como el rol de cuidados, y también, en particular en edades más tempranas, los chicos tienen más comportamientos de riesgo asociado al consumo de sustancias, la conducción temeraria o los deportes peligrosos”, añade. En general, concluye Ruiz Cantero, “el motivo de la mayor longevidad de las mujeres es una pregunta muy grande que no tiene una única respuesta, pero cuando la exposición a los riesgos es similar, la esperanza de vida es parecida”.
Junto a problemas fáciles de identificar, aunque difíciles de resolver, como el tabaquismo o el consumo de alcohol, el conocimiento de los procesos que explican el envejecimiento y sus diferencias por sexo, aún escaso, puede ayudar a elaborar estrategias dirigidas a hombres y mujeres. Un estudio reciente de la Escuela de Gerontología de la Universidad del Sur de California en Los Ángeles (EE UU) concluía que, aunque ahora las mujeres viven más y también tienen más problemas crónicos de salud, estas diferencias varían según el momento y el lugar que se analice.
En el pasado, cuando las infecciones eran un gran problema de salud, el mejor sistema inmune de las mujeres les ofreció una ventaja importante que ahora se ha reducido. Por otro lado, “la debilidad cardiovascular de los hombres se puede paliar con el control de riesgos [como la tensión alta] y los cambios de comportamiento”, escribían. “En un mundo dominado por las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, el papel de un comportamiento diferenciado puede incrementar su peso en la explicación de las diferencias en la prevalencia de enfermedades [o la mortalidad]”, añaden. Las distintas intervenciones pueden reducir los riesgos de cada sexo. “En todo el mundo, los hombres necesitan tratamientos para la tensión arterial y las mujeres de gestión de la grasa”, ejemplifican.
En un intento de separar en la medida de lo posible la parte biológica y la parte cultural de la mayor longevidad femenina, en 2004, Marc Luy, del Instituto Federal para el Estudio de la Población de Wiesbaden (Alemania), comparó los datos de mortalidad de 11.000 monjes y monjas católicas de comunidades de Baviera entre 1890 y 1995. A diferencia de lo sucedido entre los hombres y mujeres de la población general de Alemania, que vieron cómo la esperanza de vida femenina aumentaba respecto a la de los hombres tras la II Guerra Mundial, entre estas personas enclaustradas, la diferencia se mantuvo en una pequeña ventaja máxima para las mujeres de un año. Luy había descubierto que hay formas alternativas a la castración para mitigar los efectos nocivos del deseo descontrolado de los hombres, pero también implican decisiones difíciles.
Fuente: El País