Aquí algunas razones por la subimos de peso explicadas por La Dra. Dolores Saavedra, especialista en el campo de la genética aplicada al tratamiento de la obesidad, ha elegido como título para un libro en el que explica las razones por las que lo hacemos.
¿Engordamos porque comemos mucho?
No. La gente tiende a pensar que engordamos por eso, pero no es exactamente así.
Entonces. ¿por qué engordamos?
Hay muchas razones que causan esta enfermedad. Las hay de hábitos, sociales, culturales, genéticas… La primera de ellas es que no seguimos nuestros ritmos circadianos a la hora de hacer cuadrar el metabolismo con el modo en que comemos. Mucha gente no desayuna o, si lo hace, ingiere alimentos que no incluyen proteínas, un claro error.
¿Por qué?
Porque las proteínas del desayuno son las que ayudan a controlar el hambre de la tarde y de la noche. Si nos comemos proteína, el organismo las busca en su interior y las encuentra en los músculos, donde las cambia por grasa. Tres cuartos de lo mismo ocurre con el almuerzo. Tenemos la costumbre de comer mucho y rápido al mediodía, pero hacerlo así hace que el cerebro no reciba la información correcta, sino que se produce la grelina que despierta la sensación de apetito. Si comiéramos más despacio, se produciría la hormona obestatina que transmitiría al cerebro que estamos saciados.
Es decir, que comemos mal…
Sí, porque aquí tenemos la costumbre de hacer de la cena la comida más fuerte. Cenamos tarde y mucho, y eso también engorda. Piense que el hígado debería digerir de día y detoxificar el organismo de noche y cenando así le estamos obligando a hacerlo al revés.
¿Influye el sueño a la hora de engordar?
Sin duda. Si no dormimos bien o dormimos poco, engordamos. En la fase REM del sueño (el más profundo) se produce la interacción de diversos neurotransmisores que hacen que se regule la saciedad. No descansar ni dormir el tiempo adecuado impide esa interacción y hace que engordemos. Por esa razón, la gente que trabaja de noche tiene más facilidad para engordar y más riesgo de obesidad. Tanto, que siempre he pensado que la obesidad en las personas que trabajan en esos turnos debería considerarse enfermedad laboral, ya que hace que vayamos contra nuestra propia biología.
Hablaba antes de factores sociales.
Más que factores, hablaría incluso de presión social. Para nuestra cultura, la comida es algo que está presente en muchos actos cotidianos. Cuando quieres agasajar a alguien le invitas a comer o a cenar; cuando quieres decirle a tu pareja que la quieres, le regalas unos bombones; cuando vas al pueblo comes más y comes lo que allí te proponen… La lista es muy larga y ahí habría que añadir el aspecto emocional.
¿A qué se refiere?
A que las emociones que nos conducen con frecuencia a la comida. Muchas veces la vemos como una recompensa, un “me lo merezco” porque estamos alegres, contentos, tristes, enfadados, eufóricos… Hay que ser consciente de ese mal manejo de las emociones y de que no comemos para vivir como deberíamos, sino vivimos para comer. Y tampoco podemos comer toda la vida lo mismo.
¿Por qué razón?
Porque el metabolismo cambia y se ralentiza con la edad. Conozco gente que a los 50 años desayuna leche con cereales como cuando tenía 15 y no deberían hacerlo. Pero no porque no estén buenos, sino porque sus necesidades energéticas y nutricionales no son las mismas a esa edad que en la adolescencia. Los macro y micronutrientes que necesitamos son diferentes; a medida que tenemos más años, el metabolismo se vuele más lento, se pierde músculo y se gana en grasa. Si no desayunamos bien, lo que corresponde, nos comemos las proteínas de nuestra musculatura y cambiamos fibra muscular por grasa.
¿El sexo influye también en que engordemos más o menos?
Sí. Sabemos que las mujeres tienen un metabolismo basal más bajo que los hombres y que tienen hormonas que a generan menos músculo y más grasa. Además, la menopausia hace que cese la producción de estrógenos y que se redistribuya esa grasa en torno al abdomen, por ejemplo. En cualquier caso, ese incremento de producción de grasa también puede prevenirse con el tratamiento adecuado.
Y evitar así ganar peso…
Cuidado, que no es lo mismo ganar peso que ganar grasa. Es importante decir que el peso no es la unidad de medida para evaluar la obesidad. Ese papel corresponde a la grasa y se mide en centímetros. Cuando vamos a comprar ropa nadie nos pregunta cuánto pesamos, sino cuál es nuestra talla. Por eso cuando hablamos de obesidad y de su tratamiento, lo que hacemos es ahondar en la reducción del índice de grasa del cuerpo a través de hábitos saludables y de una correcta alimentación. Esto es fundamental para tratar la obesidad como lo que es: una enfermedad crónica multifactorial que, además, es una puerta hacia otras como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares o el cáncer. La gente debe saberlo y así se han pronunciado recientemente la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud.
Como especialista, ¿de qué modo ayuda la genética al tratamiento de la obesidad?
De varias maneras. En primer lugar, conocer los genes que influyen en la obesidad nos puede ayudar a lograr un tratamiento adecuado; en segundo, que los pacientes sepan que existe una predisposición genética a la obesidad les ayuda a no sentirse culpables o frustrados si hay una recaída después de una dieta. Un estudio genético se hace una vez en la vida y nos permite ver si están y cómo están los genes que generan la resistencia a la insulina, lo que hace que podamos prevenir y retrasar no solo la enfermedad, sino sus complicaciones y comorbilidades, que las tiene.
Fuente: doloressaavedra.com