El preparar y organizar los festejos de fin de año se ha convertido para muchos un motivo de estrés tanto como la compra de los regalos de Navidad, la organización de las vacaciones y el cierre del año laboral.
Los especialistas llaman a este fenómeno “síndrome de diciembre”. Y lo describen así: de repente, son varios los estímulos al estrés que comienzan a superponerse, disparando los niveles de tensión como en ningún otro momento del año.
Se trata de una situación que alcanza a miles de personas en distinto grado y que tiene varias dimensiones: la personal, la familiar, la social. Y que se refleja en indicadores tales como un crecimiento del número de consultas a los psicólogos -se estima que aumentan en el orden del 30% en este momento del año- y también en las calles, donde los episodios conflictivos se potencian en el marco de un clima en el que el rasgo saliente es la aceleración del almanaque.
Psicólogos, sociólogos y antropólogos puestos a analizar las razones que operan en ese crecimiento de la tensión y la ansiedad ponen varios elementos en la balanza; la incidencia del fin de ciclo y la necesidad de hacer balance; el peso de las fiestas de Fin de Año, su organización y la necesidad de enfrentar los gastos y también la incidencia de las inminentes vacaciones.
Algunos indicadores ayudan a hacerse una idea de la dimensión de la tendencia: según la American Psychological Asociation, el 80% de las personas define a la temporada navideña como “estresante”. Las cosas pueden ser todavía más graves para los hombres que para las mujeres según un estudio realizado en el Reino Unido que indica que para el 50% de los varones organizar las compras y los festejos navideños puede ser tan estresante como perder el trabajo.
Para el antropólogo platense Héctor Lahitte, uno de los factores que inciden en el malestar de diciembre es una situación de transición que atraviesan hoy las fiestas de fin de año, en las que mucho de su sentido tradicional y religioso se perdió y “se termina ficcionando un encuentro que debería ser espontáneo y deseado, pero para muchos se transforma en una carga”.
“A este dato hay que sumar otro que es típico de diciembre y que es el peso del pensamiento mágico: pasamos todo el año trabajando en algo que no terminamos o reclamando algo que no conseguimos, pero frente a la inminencia de fin de año creemos que sí lo vamos a obtener y redoblamos el esfuerzo a destiempo, como aquel que hace ejercicio intenso para bajar de peso un mes antes de que empiecen las vacaciones”, grafica Lahitte.
Estas situaciones tienen sus consecuencias emocionales. El humor se resiente, la sensación de frustración crece, la tolerancia disminuye.
Y como si esto fuera poco, a estos elementos se suma el económico. Sobre el fin de año se concentran los gastos para las Fiestas y los de las vacaciones y en un contexto de crisis económica como el actual, las expectativas que no se pueden cumplir son otra fuente de frustración.
“Quizás, en esta suma de exigencias y factores de estrés, uno de los elementos que conserven mayor espontaneidad y generen una mayor descarga sean las cenas de fin de año con compañeros de estudio o trabajo, ya que se trata de reuniones más espontáneas, donde lo ritual pesa menos y se pone menos en juego”, dice Lahitte.
Para el antropóolgo, una posibilidad es que en el futuro las fiestas se reformulen de alguna manera, en favor de una mayor espontaneidad.
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Fuente: Periódico El Día