Los colores de las flores se deben a las moléculas de pigmentos que se acumulan en sus pétalos -y a veces en otras partes de la flor-. Hay pigmentos de varios tipos que, combinados, dan lugar a un rango de colores muy amplio. Están, por ejemplo, los carotenoides que también son los responsables del color rojo, naranja o amarillo de muchos frutos, o los alcaloides como la betaína que da su color rojo sangre a la raíz de la remolacha. Pero los pigmentos florales más extendidos en las diferentes especies son los flavonoides, que normalmente producen pigmentos de color azul y amarillo y que suenan mucho ya que a la familia de los flavonoides pertenece una buena cantidad de compuestos con capacidad antioxidante que están muy de moda porque se consideran saludables.
Estos pigmentos que se acumulan en las flores absorben una parte del espectro de la luz y reflejan y transmiten otra. Por eso, el color que ves es el que está en el espectro reflejado y transmitido. A éste contribuye también la estructura y morfología de la superficie del pétalo, que a veces tiene células que actúan como prismas y matizan los colores asociados a los pigmentos.
Solo se ha demostrado que los colores de las flores sirvan para una cosa: interaccionar con los polinizadores, fundamentalmente insectos y otros artrópodos, algunos pájaros y unos pocos mamíferos. Así que la explicación evolutiva de que las flores tengan pétalos coloreados es atraer a sus polinizadores. A la planta le supone un esfuerzo energético enorme fabricar y acumular grandes cantidades de pigmentos pero le merece la pena porque de ello depende su reproducción. Tener flores coloreadas no es la única estrategia para atraer polinizadores (pensemos en las orquídeas que parecen insectos, en los variadísimos aromas o el dulce néctar) pero sí es una de las más importantes.
Las plantas antecesoras de las que conocemos hoy fueron en algún momento solo verdes, y aun ahora no todas las especies tienen flores coloreadas, y en algunas los pétalos son prácticamente indistinguibles de las hojas y tienen color verde por la clorofila. Las plantas que no necesitan polinizadores suelen tener flores poco vistosas y sin colores. Los pigmentos también se producen en el resto de la planta y juegan un papel fundamental en la protección frente al ambiente, por ejemplo, filtrando los rayos UV dañinos o actuando como antioxidantes o disuasores para los depredadores que se alimentan de hojas, raíces o frutos.
Una cosa muy curiosa es que el color que los humanos vemos en una flor no es el mismo que ve un insecto porque los ojos de los insectos son sensibles a longitudes de onda diferentes. Hay flores que según nuestra visión tienen los pétalos de un color homogéneo, pero si los miras con filtros que simulen la visión de un insecto ves que tienen unos patrones mucho más exagerados. A veces forman patrones que dirigen al insecto a la parte central de la flor donde están los estambres y los pistilos que son las partes reproductivas de la flor.
También es interesante saber que existen algunas flores ornamentales, como las petunias, que tienen colores distintos, incluso en la misma planta. Y una se pregunta por qué ocurre eso en la misma especie. Esos diferentes colores en las distintas variedades que a veces tienen patrones de coloración espectaculares con rayas o con el centro de un color y el exterior de otro, se deben a los llamados genes saltarines o transposones. Los transposones son unos elementos genéticos infecciosos que tenemos todos los organismos en nuestros genomas y que van saltando de un sitio a otro, y al caer en un gen que es el responsable del color de la flor, lo inactivan. Según en qué parte y en qué momento del desarrollo de la flor salte ese transposón, la flor tendrá unos patrones cromáticos u otros. Esto tiene mucho interés porque, aparte de que nos proporciona unas petunias preciosas para nuestro jardín, lo han usado los investigadores para estudiar la genética de las plantas. Los transposones fueron descubiertos por la investigadora estadounidense Barbara McClintock, que estudiaba plantas de maíz con granos de distinto color en una misma mazorca.
Su descubrimiento le valió el Premio Nobel de Medicina en 1983, convirtiéndose en la primera mujer que recibía dicho premio y, hasta hoy, la única mujer que lo ha obtenido en solitario. Como ves, los colores de las plantas han dado un gran servicio a la ciencia, descubriendo importantes mecanismos de la herencia aplicables a todos los seres vivos. ¡Además de alegrarnos la vista!
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Fuente: El País