Un reciente estudio de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), señala que se trata de una tarea tan esencial que hay toda una maquinaria en nuestro cerebro dedicada exclusivamente a ello.
El estudio, publicado en la revista Nature Neuroscience, asegura que la identificación se consigue con la práctica y que la experiencia es lo que hace que las regiones encargadas del reconocimiento se desarrollen.
La identificación facial no puede achacarse a la herencia genética ya que también reconocemos objetos que existen desde hace poco tiempo -en términos evolutivos- como los edificios o textos nuevos, apunta el documento.
Según el artículo, todo es cuestión de los estímulos a los que nos expongan, y si es a una edad temprana, mejor.
Este grupo de científicos asegura que el cerebro tarda 200 días en desarrollar la parte encargada del reconocimiento facial.
Por eso, sostienen que usar la exposición temprana a rostros en algunas terapias puede ayudar en algunos trastornos que presentan déficit de habilidades sociales.
Para los investigadores, las primeras experiencias tienen un papel fundamental en el desarrollo cognitivo y sensorial para adquirir esta capacidad.
La importancia del descubrimiento puede tener aplicaciones prácticas, reclaman los especialistas de Harvard.
Creen que podría ayudar a encontrar respuestas y tratamientos sobre algunos de los trastornos de tipo neurológico tales como el autismo o la prosopagnosia, una clase de síndrome que impide reconocer las caras, incluso la de uno mismo.
"La falta de habilidades sociales que presentan algunas personas del espectro autista puede ser un efecto secundario de la falta de práctica de mirar a la cara y, de hecho, las personas con estas enfermedades es algo que evitan", según Livingstone, co-autora del estudio.
Los especialistas dicen que exponer a una edad temprana a los individuos con este tipo de trastornos o síndromes puede reportar beneficios y evitar la aversión que sienten a mantener el contacto visual cara a cara.
Para el experimento, el equipo de neurobiólogos usó dos grupos de macacos-primates muy cercanos al ser humano en términos evolutivos- y controlaron su actividad cerebral durante un año.
En uno de los grupos, los primates se criaron con su madre e interactuaron con otros especímenes.
El segundo grupo fue criado exclusivamente por los cuidadores humanos que además llevaban máscaras durante todo el experimento para evitar que vieran su cara.
Después de 200 días de vida, los científicos empezaron a realizar resonancias magnéticas para poder extraer imágenes cerebrales y detectar las neuronas responsables del reconocimiento facial, además de monitorizar otras regiones del cerebro encargadas de identificar objetos u otras partes del cuerpo.
Lo que comprobaron tras leer los resultados de la resonancia es que el grupo que se había criado sólo con sus cuidadores portando las máscaras no presentaba actividad en la región que controla el reconocimiento facial.
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Fuente: Revista Nature Neuroscience