Aquel día, la batalla había sido encarnizada y, sólo unos pocos soldados del ejército vencido seguían con vida al anochecer. Pero como sabían que sus enemigos les pisaban los talones, huían al borde del precipicio.
Moriremos de todas maneras. No hay luna ni estrellas y eso nos ayuda a ocultarnos, pero tampoco vemos dónde poner el pie y acabaremos despeñados.
Tenía razón el soldado veterano que esto decía, y la desesperación se adueñó del grupo. De pronto, un joven soldado, que durante la batalla sólo pensó en su madre, apenas pudo ahogar un grito de esperanza:
¡Mirad, luces!
Sí, algo muy brillante se movía entre las piedras. Poco a poco, como si se hubieran dado cita, miles de pequeñísimas luces zigzagueaban al borde del precipicio. Eran las luciérnagas, que, como si se hubieran puesto de parte de los fugitivos, alumbraban la tierra segura donde podían poner los pies los soldados. Y así, aquellos animalillos condujeron a los vencidos a un lugar seguro.
Dios supo lo que hacía cuando creó a estos insectos –murmuró con emoción el soldado veterano.
#PiensaPositivo
Este cuento me recuerda que nunca hay que perder la Fe, que siempre habrá una luz que ilumine nuestro camino.