En un jardín, donde crecían hermosas flores, apareció una de blanquísimos pétalos: era una margarita, y se sintió dichosa de vivir, mientras oía el canto de la alondra.
Cerca de la margarita, las flores más hermosas se sentían satisfechas de sus estupendos olores. Al pasar la alondra, todas se hincharon para que se las viera mejor, pero ella voló hasta el césped donde estaba la humilde margarita. Después de dedicarle un canto melodioso, el pajarillo besó con su pico los pétalos de la flor. Y todas las otras flores sintieron envidia, a pesar de su belleza.
De pronto, apareció en el jardín una joven, llevando en sus manos unas grandes tijeras, y fue directamente hacia los tulipanes y los cortó. Cuando se alejó la niña, la margarita se sintió feliz de ser una humilde florecilla a la que nadie miraba.
A la mañana siguiente, sintió que la alondra cantaba tristemente y vio que estaba prisionera en una jaula. ¡Cómo podría ayudarla!
De pronto dos niños aparecieron en el jardín y uno de ellos dijo:
-vamos a cortar de aquí un buen trozo de césped para la alondra. Le llevaremos también la margarita.
Pero la feliz avecilla no sintió el menor consuelo, y no cesaba de golpear con las alas los alambres de la jaula.
-¡No me habéis dejado ni una gota de agua y muero de sed! –gemía la alondra. Pero, al ver a la margarita, le dio un beso y dijo –Tú también te secarás aquí, mi pobre florecilla.
Moría la tarde y nadie llevó una gota de agua a la alondra que, extendió sus alas, inclinó su cabeza hacía la flor, mientras su corazón lloraba de tristeza.
Los niños, cuando a la mañana siguiente vieron el pájaro muerto, lloraron y cubrieron su cuerpecillo con los pétalos de las más bellas flores.
Me encanta escucharte, y lo bello de las narraciones