Servando fue a recorrer mundo, y, al llegar a un pueblecito, preguntó a los niños que jugaban en la plaza
-¿De qué se habla aquí, muchachos?
-De la prueba que tendrá que vencer quien quiera casarse con la hija del rey –le dijeron.
Yo intentaré superar esa prueba –dijo Servando-. -¿Dónde está el palacio?
Le dijeron que estaba a la orilla del mar, y en la orilla del mar encontró al rey y a la princesa, que era bellísima. Al saber las pretensiones del paje, la princesa tiró su brazalete al agua, y dijo:
-¡Ve a buscarlo! Si lo encuentras, te casarás conmigo; de lo contrario pagarás caro tu atrevimiento.
Servando se arrojó al mar, pero sin ninguna esperanza de encontrar el brazalete de la princesa.
Se sumergió en las oscuras aguas, hasta que casi llegó al fondo. Buscó por todos los sitios, pero no logró encontrar el brazalete. Estaba ya a punto de ahogarse, desesperado.
La serpiente, que se enteró de lo ocurrido, se arrastró hasta la orilla del agua y llamó a los peces, encargándoles que recogieran el brazalete de la hija del rey y lo entregaran al noble muchacho que un día la había ayudado.
Así lo hicieron los peces, y Servando, ante los asombrados ojos de la princesa, salió del agua con el brazalete en la mano.
-Eres valiente, pues la prueba no te ha asustado –dijo el rey-. Mereces no sólo la mano de mi hija, sino también la mitad de mi reino.
Se celebraron las bodas y entre los invitados se encontraba la serpiente, que pensaba:
-¡Vaya que hacen una buena pareja! Esa princesa ha salido lista, pues se lleva un buen marido, que un día será un justo rey.
Y fueron felices.